Oración, postraciones, confesión... ¿cuánto, cuándo y cómo?
Ten miedo de apreciar tu oración: esto es trabajo de Dios, no tuyo. No creas en los sueños y no dejes que te perturben; el enemigo es capaz de innumerables artimañas, con tal de aturdirnos.
Cuando no tengas mucho tiempo para orar, conténtate con el que tengas, y Dios aceptará la buena disposición de tu voluntad; recuérdate de la oración del publicano, que fue agradable a Dios.
Y ten miedo de apreciar tu oración: esto es trabajo de Dios, no tuyo. No creas en los sueños y no dejes que te perturben: el enemigo es capaz de innumerables artimañas, con tal de aturdirnos. Si algo nos sucediera, no será por culpa de nuestros sueños, sino porque, de acuerdo a los juicios divinos, que desconocemos, así debía ocurrir.
Preguntas también, sobre la confesión, si debes hablar de nuevo sobre un pecado que ya confesaste antes, si es que te lo pregunta tu padre espiritual. Si después de la confesión dejaste de cometer ese pecado, no debes repetirlo, sino debes decir: “Padre, después de confesarme, ya no lo volví a cometer”. Y si es el mismo confesor, él conoce tu confesión. En la oración común no debes diferenciarte de los demás, de acuerdo al número de postraciones o permaneciendo de rodillas. Y cuando el tipikón establezca que hay que hacer postraciones, debes hacerlas como es mandado. No debes mostrar tus sentimientos internos frente a los demás y si la humildad viene a tí, debes guardarla en tí mismo, porque Dios conoce tu corazón. Cuando oramos separadamente podemos experimentar esos sentimientos, pero con humildad. Dios prefiere siempre un corazón contrito y humilde (Salmo 50, 18).
(Sfântul Macarie de la Optina, Sfaturi pentru mireni, Editura Sophia, București, 2006, p. 40)