Palabras de espiritualidad

Palabras sobre la Santa Comunión en tiempos de pandemia

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

El problema más grande no lo representa el virus de la gripe —como repiten los medios de comunicación—, ni el virus del pánico mundial, como sostienen las asociaciones de médicos, sino el virus de la incredulidad y el descreimiento.

En una encíclica publicada con motivo de la epidemia de gripe AH1N1, entre los años 2009 y 2010, el obispo griego Nicolás Hadjinikolau, antiguo investigador de biomedicina de la Universidad de Harvard y expresidente del Comité de Bioética de la Iglesia Griega y del Centro Griego de Bioética Médica, escribía lo siguiente:

«Recientemente, con la aparición de la epidemia de gripe AH1N1, se inició —con evidente mala intención— una discusión pública sobre la posibilidad de que la Santa Comunión pudiera favorecer la transmisión de enfermedades. Tristemente, se trata de una nueva tentativa de denigrar nuestra fe [...]. Me parece adecuado traer a colación ciertas verdades necesarias para la salvación del invaluable tesoro de la fe que hay en nosotros. Desde hace dos mil años, nuestra Iglesia transmite la Gracia de sus Sacramentos de forma humana y a la vez divina, para la “sanación y recuperación del alma y el cuerpo”. Esto es algo que nunca ha sido rebatido por la lógica contemporánea y las dudas de la incredulidad, porque cada día vive de la experiencia de la fe en un gran milagro. ¿Es posible que la divina Comunión se convierta en fuente de enfermedades o del más mínimo perjuicio? ¿Es posible que el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor y Dios nos afecte el cuerpo y la sangre? ¿Es posible que la experiencia diaria de dos mil de años se vea afectada por el racionalismo y la superfecialidad de nuestros tiempos?

Desde hace siglos enteros, los fieles, sanos o enfermos, reciben la Santa Comunión del mismo Santo Cáliz y de la misma cucharilla, que no se lava y no se desnfecta jamás, sin que nunca haya ocurrido algo que debiera lamentarse posteriormente. Los sacerdotes misioneros de los hospitales, en donde son tratadas las enfermedades más contagiosas, imparten la Comunión a los enfermos y consumen devotamente los Santos Dones que quedan al final, y viven largos años sin contagiarse (con esas enfermedades). La Santa Eucaristía representa lo más santo que hay para la Iglesia y para los hombres, el medicamento más poderoso para el alma y el cuerpo, y esta es la doctrina y la experiencia de nuestra Iglesia [...]. El hecho de que los anglicanos y los católicos hayan decidido, por motivos profilácticos, dejar de impartir la Comunión en Inglaterra y en Nueva Zelanda no manifiesta, como sostienen algunos, prudencia y libertad, sino que demuestra claramente la inmensa distancia que separa a nuestra Iglesia —eucarística en su teología y en su propia vida, que vive, cree y proclama el misterio—, de los otros grupos cristianos, que confiesan indirectamente la ausencia de la Gracia y de las señales de Dios en sus autodenominados “sacramentos”, y su pérdida de identidad eclesiástica. La vida sin sacramentos es como una grave enfermedad para la que no hay tratamiento.

Desafortunadamente, el problema más grande no lo representa el virus de la gripe —como repiten los medios de comunicación—, ni el virus del pánico mundial —como sostienen las asociaciones de médicos—, sino el virus de la incredulidad y el descreimiento. Y la mejor vacuna contra ese virus es nuestra participación frecuente en el Sacramento de la Santa Comunión».

(Traducido de: Jean - Claude Larchet, Viața liturgică, traducere de Felicia Dumas, Editura Doxologia, Iași, 2018, p. 502)