Para alcanzar la disciplina de la mente
La clave de la vida espiritual es la disciplina mental, y esta disciplina se alcanza con la oración incesante.
En el tomo IV de la Filocalia, encontramos un texto llamado “Sobre el abbá Filemón”. Ahí se relata que el anciano Filemón, un asceta, fue preguntado por su discípulo: “Padre ¿por qué los Salmos son el libro más leído de entre todos los que contiene la Santa Escritura?”. Y el anciano le respondió: “Créeme, hermano, con tanta fuerza se me han grabado en la mente los pensamientos de los Salmos, que hasta me parece que yo mismo los hubiera escrito, es como si fueran míos esos pensamientos”. Esta es la forma en que también nosotros tenemos que enriquecernos con pensamientos santos en los oficios litúrgicos y con la lectora de la Santa Escritura, manteniéndolos siempre cerca de nosotros, de manera que nuestra mente —que es como un molino que tritura todo lo que introducimos en él— reciba solamente buenos pensamientos, correspondientes con la voluntad de Dios.
Dice San Marcos el Asceta: “En el corazón que ama el sacrificio no tienen ninguna fuerza los malos pensamientos, que se extinguen como el fuego al entrar en contacto con el agua”. Asimismo, los Santos Padres de la Iglesia nos explican: “Al comienzo, todo mal pensamiento es como una hormiga, que si la dejas crecer terminará convirtiéndose en un león”; por eso es que a los malos pensamientos se les llama “hormiga-león”. “Hormiga”, porque al principio parecen minúsculos. Pero, cuando los dejamos crecer, se hacen fuertes por medio de las pasiones, y ya no es posible apartarlos, ni siquiera con un gran esfuerzo. Todo, absolutamente todo empieza con un pensamiento, tanto lo bueno como lo malo. Nuestras caídas y también nuestros ascensos empiezan también con un pensamiento. La clave de la vida espiritual es la disciplina mental, y esta disciplina se alcanza con la oración incesante.
(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Veniți de luați bucurie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2001, pp. 63-64)