Palabras de espiritualidad

Para aprender a hablar menos

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El Apóstol Santiago dice: “Si alguno no cae hablando, es un hombre perfecto, capaz de poner freno a todo su cuerpo”.

Si el pecado de hablar en vano es tan grave, ¿cómo podemos librarnos de él? ¿Qué podemos hacer con nuestra incontrolable lengua? Sencillamente, lo mismo que San Efrén el Sirio: pedirle a Dios que nos libre de esta pasión, y nuestro Señor Jesucristo nos ayudará. Ante todo, debemos evitar seguir comunicándonos con quienes hablan cosas inútiles, y mantenernos lo más lejos posible de ellos, buscando la compañía de esos pocos sensatos que abren la boca solamente para decir algo de provecho, de quienes nunca escucharemos palabras vanas o vulgares, dañinas para el alma.

Debemos vigilarnos constantemente y con mucha atención, para alcanzar el hábito de examinar todo lo que queremos decir, y así aprender a mantener la lengua en su lugar. No la dejemos parlotear. Y, al caer la noche, estimemos cuánto y qué hemos hablado durante el día que termina, para ver si no hemos perdido el tiempo hablando inútilmente, si no hemos ofendido a alguien, o si no hemos murmurado en contra de alguna persona. Si aprendemos a examinarnos de esta manera, nos acostumbraremos a vigilar cada movimiento de nuestra lengua y a mantenerla en su sitio.

Recordemos: mientras más concentrado esté el hombre en lo que es realmente importante, en su propio interior y en lo que es verdadero, mientras más tiempo dedique a leer el Evangelio, las Santas Escrituras y a los Santos Padres, más profundamente penetrará en la sabiduría que subyace en todas esas palabras, y pronto perderá todo apetito por hablar mucho. ¡Qué importante es saber dominar nuestra lengua!

El Apóstol Santiago dice: “Si alguno no cae hablando, es un hombre perfecto, capaz de poner freno a todo su cuerpo” (Santiago 3, 2).

(Traducido de: Cum să biruim mândria, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2010, pp. 144-145)