Para entender la maternidad de la Virgen María y las palabras de Simeón
¡Es verdad que nadie sabría con qué asombrarse primero de todo esto que estoy mencionando! Son cosas tan reveladoras, que solamente un “incircunciso del corazón”, es decir, un insensible, sería capaz de rechazar las verdades del Evangelio sobre la Madre del Señor y su Hijo, el Redentor.
Simeón bendijo a los padres del Niño, y le confió a la Madre del Señor su estremecedora profecía: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón”, refiriéndose con esto último a un terrible sufrimiento (Lucas 2, 34-35) porque habría de ver, tal como ocurrió, a su Hijo siendo crucificado.
Con Simeón se hallaba la profetisa Ana, una viuda ya muy anciana y con un gran temor de Dios. Bajo la inspiración del Espíritu Santo, también Ana empezó a profetizar y a decirles a todos los presentes que Cristo era el Salvador del mundo y que habría de librar al mundo del pecado.
¡Es verdad que nadie sabría con qué asombrarse primero de todo esto que estoy mencionando! Son cosas tan reveladoras, que solamente un “incircunciso del corazón”, es decir, un insensible, sería capaz de rechazar las verdades del Evangelio sobre la Madre del Señor y su Hijo, el Redentor. De igual manera, también es cierto que para experimentar esos sentimientos hay que penetrar en su profundidad, para aceptarlos no solamente como sucesos históricos, sino también metafísicos, porque en lo que respecta a Cristo y Su obra no es suficiente el simple sentido histórico, sino ante todo el metafísico.
(Traducido de: Arhimandritul Timotei Kilifis, Hristos, Mântuitorul nostru, Editura Egumenița, 2007, pp. 51-52)