Palabras de espiritualidad

Para que Dios transforme mi vida, antes tengo que ofrecérsela a Él

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

Si no sentimos el anhelo de darle a Dios todo lo nuestro para que lo sane y lo santifique, nada cambiará. Solamente cuando le doy a Dios todo lo que siento: odio, temor, apetito, placer, alegría, etc., mi vida entera se transforma.

Es necesario ofrecerle a Dios no solamente mis pensamientos, sino “toda mi vida”, es decir, toda la energía de mi vida y todo mi sentir. Mis ideas sobre la vida no son mi vida, ni el “relato” de mi vida es mi vida, sino lo que siento, mi anhelo, mi temor…

San Gregorio Palamás insiste mucho, y, más cerca todavía, San Basilio de Poiana Mărului nos enseña que el sentir del alma es “la carne de la oración”. ¿Para qué ayunas? Para que la oración tenga “carne”. Mi vida es el prosforon a partir del cual Dios hará aquello en lo que me convertiré, si quiero seguirle. Dios transforma, convierte la realidad creada en una realidad divino-humana, por medio de la Gracia. Del pan y el vino hace el Cuerpo y la Sangre del Señor, de un hombre hace un sacerdote, de un chico y una chica hace esposo y esposa, y al pecador que se convierte y vuelve a Él, lo convierte en santo (¡si así lo quiere el pecador!).

Pero, para que Él transforme, tengo que darle, tengo que darme. Porque si voy a la iglesia, enciendo una veladora y vuelvo a casa, los panes que tengo sobre la mesa de la cocina no se convertirán en el Cuerpo del Señor. Muchos dicen: “¡Mi vida no ha cambiado para nada!”. “Pero ¿se la has ofrecido a Él?”. “¡Sí, oro en la mañana y en la noche!”. “Pero ¿oraste cuando sentiste el impulso de matar a alguien?”. “¡Cuando eso pasó, lo último que quería yo era ponerme a orar!”. Ahí está la clave de todo: si no sentimos el anhelo de darle a Dios todo lo nuestro para que lo sane y lo santifique, nada cambiará. Solamente cuando le doy a Dios todo lo que siento: odio, temor, apetito, placer, alegría, etc., mi vida entera se transforma. Si no le doy mi “material”, nada de eso se transformará.

(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Doamne, unde-i rana?, Editura Doxologia, Iași, 2017, pp. 52-53)