Para quien ama más lo material que a su Creador
El hombre que teme al castigo eterno que espera a los avariciosos, puede ayudar a sus familiares y también practicar la caridad, según sean las necesidades de los demás.
Una mujer llamada Partenia, oriunda de Alejandría, era tan codiciosa y amaba tanto el oro —y no a Cristo—, que jamás se mostraba compasiva y caritativa con sus semejantes, ya fueran sus familiares, sus amigos, sus conocidos, o cualquier otro necesitado. Como se podía suponer, tampoco daba nada a la iglesia. Muchos venerables Padres y sacerdotes le aconsejaban que cambiara de actitud. Sin embargo, era tan fuerte el dominio que sobre ella ejercía el demonio de la avaricia, que no atendía ningún consejo ni ninguna exhortación. Esta mujer tenía una sobrina, a quien instruyó como creyó conveniente, para que, al morir, heredara toda su fortuna, olvidándose de la importancia de depositar esos bienes en el “banco” celestial, por medio de la caridad. Lo único que le interesaba era dejar sus bienes en manos de una mujer indigna, para acrecentar la materia que habría hacerse merecedora del castigo eterno.
Este es otro ardid del maligno: muchas personas justifican su deseo de acumular bienes, argumentando que tienen hijos o parientes, razón suficiente para juntar más y más riquezas, con tal de que sus herederos puedan vivir bien. Con todo, este no es más que otro engaño del maligno para con los avaros. Muchas veces, estos terminan asesinando a sus hermanos y urden toda clase de artimañas en contra de sus propios parientes. Luego, aunque dicen que acumulan para poder ayudar a otros, su propósito verdadero es enriquecerse lo más posible- Por su parte, el hombre que teme al castigo eterno que espera a los avariciosos, puede ayudar a sus familiares y también practicar la caridad, según sean las necesidades de los demás.
(Traducido de: Ieromonah Kosma Dohiaritul, Cartea uceniciei și ascultării. Din viața singuraticilor, Editura Agion Oros, 2012)