Palabras de espiritualidad

Paráclesis a la Santísima Madre de Dios

    • Foto: Bogdan Zamfirescu

      Foto: Bogdan Zamfirescu

La Paráclesis a la Madre del Señor es una de las oraciones más importantes para el cristiano ortodoxo. Es un canon de súplicas que debe ser recitado con regularidad, con mayor razón en caso de enfermedad o de aflicción.

PARÁCLESIS, CANON DE SÚPLICAS A LA MADRE DE DIOS

Oraciones iniciales

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.

Gloria a Ti, Nuestro Dios, gloria a Ti.

Señor, Rey del Cielo, consuelo nuestro, Espíritu de la Verdad, que estás en todas partes y que llenas todo. Tesoro de bien y Dador de Vida, ven y vive en nosotros, purifícanos de toda mancha y salva nuestras almas, Oh Bondadoso.

Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros (3 veces).

Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Santísima Trinidad, ten piedad de nosotros. Señor, perdona nuestros pecados. Soberano nuestro, absuelve nuestras faltas. Oh, Santo, observa y sana nuestras debilidades, por tu Santo Nombre. Amén.

Señor, ten piedad (3 veces).

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Padre nuestro que estás en el Cielo, santificado sea Tu Nombre. Venga a nosotros Tu Reino, hágase Tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

Porque Tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 142

Señor, escucha mi oración, atiende a mis plegarias, respóndeme, Tú que eres fiel y justo. No llames a juicio a Tu siervo pues no hay quien sea justo en Tu presencia. El enemigo corre tras mi vida, me aplasta contra el suelo y me manda de vuelta a las tinieblas junto a los muertos sin edad ni tiempo. Mi espíritu en mí desfallece, mi corazón tiembla en mi interior. Me acuerdo de los días pasados, repaso todas Tus acciones, en la obra de Tus manos medito. Extiendo a Ti mis manos, mi alma es una tierra sedienta de Ti. Apresúrate, Señor, en responderme, porque me estoy quedando sin resuello; no me escondas Tu rostro, que no me parezca a los que bajan a la fosa. Hazme sentir Tu amor desde la mañana, pues en Ti yo confío; haz que sepa el camino que he de seguir, pues levanto a Ti mi alma. Líbrame, Señor, de mis enemigos, pues me escondí cerca de Ti. Enséñame a hacer Tu voluntad, ya que Tú eres mi Dios; que Tu buen espíritu me guíe por la tierra correcta. Por Tu nombre, Señor, dame el don de la vida; Tú que eres justo, líbrame de la aflicción. Por Tu amor, vence a mis enemigos y da cuenta de mis opresores, pues yo soy Tu siervo.

Dios es el Señor y se nos ha revelado. ¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor! (3 veces)

 

Troparios (himnos)

Ante la Santísima Madre de Dios acudamos con fervor como humildes pecadores y postrémonos con contrición, clamando desde el fondo de nuestra alma: Señora, auxílianos con tu dulce ternura; no tardes tanto, pues nuestras incontables faltas nos tienen sometidos. No dejes sin atender a tus siervos, pues tú eres nuestra única esperanza. (2 veces)

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Nunca dejaremos de exaltar tus grandezas, oh Madre de Dios, a pesar de ser indignos. Pues, si tú no intercedieras por nosotros, ¿quién de tantos males nos protegería? ¿Y quién nos hubiera amparado hasta ahora,? No nos apartaremos de Ti, Señora, porque Tú nos salvas de toda adversidad.

 

Salmo 50

Ten piedad de mí, oh Dios, en Tu bondad, por Tu gran corazón, borra mi falta. Que mi alma quede limpia de malicia, purifícame de mi pecado. Pues mi falta yo bien la conozco y mi pecado está siempre ante mí; contra Ti sólo pequé, lo que es malo a Tus ojos yo lo hice. Por eso en Tu sentencia Tú eres justo, no hay reproche en el juicio de Tus labios. Tú ves que malo soy de nacimiento, pecador desde el seno de mi madre. Mas Tú quieres rectitud de corazón, y me enseñas en secreto lo que es sabio. Rocíame con agua, y quedaré limpio; lávame y quedaré más blanco que la nieve. Haz que sienta otra vez júbilo y gozo y que bailen los huesos que moliste. Aparta Tu semblante de mis faltas, borra en mí todo rastro de malicia. Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, renueva en mi interior un firme espíritu. No me rechaces lejos de Tu rostro ni me retires Tu santo espíritu. Dame Tu salvación que regocija, y que un espíritu noble me dé fuerza. Mostraré Tu camino a los que pecan, a Ti se volverán los descarriados. Líbrame, oh Dios, de la deuda de sangre, Dios de mi salvación, y aclamará mi lengua Tu justicia. Señor, abre mis labios y cantará mi boca Tu alabanza. Un sacrificio no te gustaría, ni querrás si te ofrezco, un holocausto. Mi espíritu quebrantado a Dios ofreceré, pues no desdeñas a un corazón contrito. Favorece a Sión en Tu bondad: reedifica las murallas de Jerusalén; entonces te gustarán los sacrificios, ofrendas y holocaustos que se te deben; entonces ofrecerán novillos en tu altar.

 

CANON DE SÚPLICA Y PETICIONES A LA VIRGEN MARIA

 

Canto I

Caminando entre las aguas como si fuera tierra firme y escapando de la maldad de los egipcios, el israelita exclamó:¡Cantémosle a nuestro Protector y Dios!

¡Santísima Madre de Dios, ten piedad de nosotros!

Asediado por las tentaciones, a ti acudo, buscando tu auxilio. Oh Virgen, Madre de la Palabra, líbrame de las necesidades y las aflicciones.

El dolor y las penas me agobian, llenando mi alma de un gran desconsuelo. Confórtame, oh Virgen, con la paz de tu Hijo y Dios tuyo, tú que eres completamente sin mancha.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

A ti, que diste a luz al Redentor, te ruego, oh Virgen: sálvame de mis penas, pues hacia ti elevo mi alma y mi mente, buscando tu ayuda.

Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Mi cuerpo y mi alma están enfermos; concédeme tu santo amparo y cuidado, oh Madre de Dios, tú que eres buena y diste a luz a Aquel que es Bondadoso.

 

*El Canto II no se incluye por razones litúrgicas.

 

Canto III

Señor, Tú que creaste todo lo que está más allá de los cielos y también fundaste la Iglesia, fortaléceme “en Tu amor, porque Tú eres la cúspide de todos los deseos y valentía de los fieles, Tú, Único amante de la humanidad”.

Auxilio y protectora de mi vida a ti te he nombrado, oh Virgen Santa. Por eso, te suplico: guíame hacia tu amparo, tú que eres Manantial de bondades, Fortaleza de los fieles y por todos glorificada.

Te ruego, Virgen, disipa la tormenta de mi alma y el vendaval de mis aflicciones. Porque tú, Divina Esposa, diste a luz a Cristo, fuente de toda paz, oh Purísima.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Tú que diste a luz al Misericordioso, Quien es el Manantial de todo bien, haz que a todos nos llegue Su bondad en abundancia. Porque todo lo puedes, tú que concebiste a Cristo Todopoderoso, oh Purísima.

Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

En medio de tantas necesidades y de los dolores de la enfermedad, ven en mi auxilio, oh Virgen. Dame tu amparo, porque sé que eres un tesoro de salud que no se agota, tú que eres Inmaculada.

(Los siguientes dos versos se dicen después de los cantos 3 y 6)

Sálvanos de todo peligro, oh Madre de Dios, porque todos, después que a Dios, a ti acudimos, como a un refugio invencible y protector.

Dirige tu mirada con bondad, bendita Madre de Dios, hacia el terrible quebranto de mi cuerpo y sana los dolores de mi alma.

Señor, ten piedad (doce veces).

A ti, que eres una ferviente intercesora y muralla invicta, fuente de compasión y refugio del mundo, con insistencia te pedimos: Oh Madre de Dios: acude pronto en nuestro auxilio y sálvanos del sufrimiento, porque tú eres nuestra única e incansable fuente de protección.

 

Canto IV

He conocido, Señor, el misterio de Tus preceptos, he entendido Tus mandatos y he alabado Tu Divinidad.

Disipa la oscuridad de mis aflicciones y la tormenta de mis pecados, tú que a Cristo, el Redentor, diste a luz, oh Divina Esposa.

Concédeme tu profunda compasión, tú que alumbraste al Que es toda Misericordia y Salvador de quienes te glorificamos.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Endulzándonos, Purísima, con tus dones, te ofrecemos cantos de gratitud, los que te sabemos Madre del Señor.

Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Teniéndote como nuestra inefalible esperanza y pilar de salvación: contigo, oh Bendita, de todo peligro somos resguardados.

 

Canto V

Ilumínanos, Señor, con Tus mandamientos, y con Tu poderosa diestra danos Tu paz, Amante de la humanidad.

Llena mi vida de alegría, oh Purísima, otorgándome tu casta beatitud, tú que diste a luz a la Causa de toda felicidad.

Del peligro líbranos, oh Madre de Dios, tú que concebiste a Aquel que nos da la salvación eterna y la paz que llena nuestro pensamiento.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Oh Divina Esposa, haz que con tu esplendor desaparezca la oscuridad de mis faltas, tú que trajiste al mundo la Luz eterna y divina.

Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Aplaca, oh Purísima, las debilidades de mi alma, haciéndome merecedor de tu bondad, y con tus oraciones concédeme la salud que me falta.

 

Canto VI

Elevaré mi oración al Señor y a Él le revelaré mis aflicciones, porque mi alma se ha llenado de maldades y mi vida se ha acercado al infierno. Entonces, como Jonás, oraré: “¡Redímeme de la perdición, Señor!”.

Habiendo librado a nuestra naturaleza de la corrupción, entregándose Él mismo a la muerte, oh Virgen, ruégale a tu Señor e Hijo que salve nuestras almas de las maldades del enemigo.

A ti te reconozco como mi intercesora y la protectora de mi vida, oh Virgen, pues desvaneces la agitación de las tribulaciones y derrotas los ardides del maligno. Por eso, te pido con insistencia: líbrame del dolor de mis penas.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

En ti, Virgen, tenemos nuestro refugio, consuelo en las profundas tristezas y salvación de las almas. ¡Oh Virgen, de tu luz nos gozamos por siempre, Señora nuestra! Te pedimos que nos salves de todo peligro y aflicción.

Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

En mi lecho de enfermo yazco y no hay remedio para mi cuerpo. Pero a ti, que eres la Madre de Cristo, el Salvador del mundo, elevo mi clamor: ¡Líbrame del tormento del dolor!

Señor, ten piedad (3 veces)

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos, amén.

Oh victorioso Auxilio de los cristianos, Mediadora nuestra ante Dios, no desprecies las súplicas que te dirigimos nosotros, pecadores, sino que ven a socorrer con tu bondad a los que te pedimos con fe: no demores en tu intercesión y apiádate de quienes confiamos en ti, oh Madre de Dios, que no desamparas a los que te honran.

A continuación leemos con humildad y amor el siguiente pasaje del Evangelio según San Lucas (capítulo 1, versículos 39-49)

«Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en voz alta: “¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!”.

María dijo entonces: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me llamarán dichosa. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre!”. María se quedó unos tres meses con Isabel, y después volvió a su casa».

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Padre, Palabra y Espíritu, Santísima Trinidad, limpia todas nuestras faltas.

Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Por las oraciones de la Virgen Madre de Dios, oh Piadoso, limpia todas nuestras faltas.

Verso: Ten piedad de mí, oh Dios, por Tu gran bondad y por Tu bendita misericordia limpia todas mis faltas.

En ti confío, oh Madre de Dios, cúbreme y protégeme con tu manto poderoso.

 

No nos entregues al auxilio de los hombres, Santísima Señora, sino que recibe la oración de tus siervos, porque la aflicción nos ahoga y no resistimos más ante los ataques del enemigo. Tu amparo no podríamos encontrar en otro lugar, porque somos pecadores. Débiles somos y no tenemos más auxilio que tú, Soberana del mundo. Tú que eres la esperanza y abogada de los creyentes. No ignores nuestra plegaria y ven en nuestra ayuda.

Ninguno de los que a ti acuden queda sin ser escuchado, Virgen Pura, Madre de Dios; recibe nuestra ofrenda de oración.

Esperanza de los tristes y protección de los débiles, oh Purísima Virgen, ten piedad de nuestro pueblo, de nuestro país, tú que eres paz en momentos de guerra, sosiego de los afligidos, única intercesora de los creyentes.

 

Canto VII

Los jóvenes que fueron de Judea a Babilonia, confiando en la Trinidad vencieron el fuego del horno, cantando: “¡Bendito eres, oh Señor, Dios de nuestros padres!”.

Deseando ofrecernos tu salvación, oh Redentor nuestro, hiciste Tu morada del vientre de la Virgen, a quien nos revelaste como Protectora del mundo. ¡Bendito eres, Dios de nuestros padres!

Al Señor de la Misericordia, a Quien engendraste, oh Virgen Pura, suplícale que libre de pecado y de la oscuridad espiritual a los que claman con fe: ¡Bendito eres, Dios de nuestros padres!

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Cual Tesoro de salvación y Fuente de pureza, Bastión de protección y Puerta de contrición, mostraste tu Madre a los que te clamamos: ¡Bendito eres, Dios de nuestros padres!

Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

De los dolores del cuerpo y los males del alma, oh Virgen Madre de Dios, sana a los que se refugian en tu divino amparo y con fervor te alaban, a ti que al Salvador, Cristo, diste a luz.

 

Canto VIII

Virgen Santa, no desdeñes las oraciones de los que te piden auxilio, de los que te alaban y enaltecen por siempre.

Sana los dolores de mi cuerpo y de mi alma, Santísima Virgen, para que pueda alabarte, oh Purísima, por siempre.

Bendecimos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, oh Señor.

Abundancia de sanaciones brotan sobre los que te alaban con fe, por el milagroso nacimiento de tu Hijo, oh Virgen.

Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Oh Virgen, al librarme de los dolores del cuerpo y los tormentos del alma, yo te glorifico, Llena de Gracia.

Tú ahuyentas los peligros que nos amenazan y las duras penas que afrontamos, por eso te alabamos por todos los siglos.

¡Alabemos, bendigamos y honremos al Señor, cantándole y enalteciéndolo por todos los siglos!

¡Al Rey celestial, al que glorifican todas las legiones angelicales, alaben y enaltezcan por todos los siglos!

 

Canto IX

Verdaderamente, oh Madre de Dios, te exaltamos, Virgen Pura, los que gozamos de tu ayuda, “honrándote junto con las legiones inmateriales”.

No menosprecies las lágrimas que brotan de mis ojos, tú que diste a luz a Cristo, oh Purísima, Aquel que lava en cada rostro toda lágrima.

Llena de alegría mi corazón, oh Virgen, tú que recibiste la felicidad plena, alejando la tristeza del pecado.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Con el brillo de tu luz ilumina, oh Virgen, las tinieblas de la ignorancia y aléjala de quienes con fe te honran, Madre de Dios.

Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Yaciendo enfermo en el sitio de mis sufrimientos, oh Purísima, sáname y llévame de la enfermedad a la salud.

 

Himno final

Oh, luminoso firmamento, Madre de Dios, vence con tu soberana y poderosa diestra a quienes intentan hacernos caer; a los que están en necesidad, ayúdalos; a los que sufren, consuélalos, y libra del pecado a los que con sus oraciones te buscan, porque tú todo lo puedes.

Luego:

Verdaderamente es justo bendecirte a ti, que haz dado a luz a Dios, la más bienaventurada, purísima, y Madre de nuestro Dios. Tú, que eres más venerada que los querubines, e infinitamente más enaltecida que los serafines. Tú, que sin mancha has traído al mundo a Dios hecho Palabra, a ti, que eres realmente la Madre de Dios, te glorificamos.

 

Troparios (himnos) finales del Canon a la Virgen

A la que está más allá de las alturas y que es más pura que el más brillante rayo del sol, a quien nos libró de la maldición inmemorial, a la Reina del mundo, con himnos honrémosla.

Por causa de mis muchas maldades se enferma mi cuerpo y padece mi alma; en ti me refugio, Llena de Gracia, Aliento de los tristes. Oh Virgen, socórreme.

Reina y Madre del Redentor, acepta los ruegos de tus indignos siervos, para que intercedas ante Aquel a quien diste a luz. Oh, Reina del mundo, sé mi intercesora.

Cantemos con alegría y fervor a la gloriosa Virgen Madre del Salvador. A Él pídele, oh Virgen Santa, que junto con todos los santos y el Precursor San Juan Bautista, tenga piedad de nosotros.

Que callen los labios de los incrédulos que no veneran tu icono, obra del Santo Apóstol Lucas, icono que llamamos “Consejo de los cristianos”.

Que todas las legiones angelicales, con el Precursor de Cristo, los Apóstoles del Señor y todos los Santos, junto a la Santísima Virgen, ofrezcan oraciones por nuestra salvación.

Ten piedad de mí, porque no tengo otro amparo, siendo pecador. Ten piedad de mí, Esperanza de los cristianos.

Oh Bondadosa, que proteges con amor a los que bajo tu manto poderoso se refugian con fe; no tenemos otra intercesión ante Dios en tristezas y pruebas, porque somos pecadores. Madre del Altísimo Dios, Virgen, ante ti nos postramos, libra de toda aflicción a tus siervos.

Tú que eres el gozo de los afligidos, protección de los oprimidos, de los hambrientos sostén, consuelo de los exiliados y del ciego guía; hogar del huérfano, abrigo y amparo de los doloridos, y tierna visitación, felicidad de todas las felicidades. Madre del Altísimo Dios, te rogamos, oh Purísima, apresúrate y ven en nuestro auxilio.

En ti confío, Madre de Dios, cúbreme y protégeme con tu manto poderoso.

Por las oraciones de nuestros Santos Padres, Señor Jesucristo, Dios nuestro: ten piedad de nosotros y sálvanos. Amén.

 

ORACION A LA VIRGEN, MADRE DE DIOS

Santísima Señora, Madre de Dios, Purísima, única más allá de toda virtud y de la entera sabiduría y castidad; tú que te hiciste morada de todo don que viene del Espíritu Santo y de los mismísimos poderes eternos, guardándolos incomparablemente con la templanza y santidad de tu cuerpo y de tu alma. No te alejes de mí, que soy impío y falto de caridad. Limpia mi mente, que está llena de tormentos, purifica y guía mis pensamientos, tan ciegos y extraviados. Dirige y llena todos mis sentimientos. Líbrame de mis malos hábitos, esos que me dominan día y noche, alejándome de la virtud y entregándome al sufrimiento. Impide que siga pecando con mis actos y dame la capacidad de despertar de la oscuridad que llena mi mente, para corregir todas mis faltas y desvíos. Para que, libre de la sombra del pecado, merezca alabarte y glorificarte con confianza, a ti, única y verdadera Madre de la verdadera Luz, de Cristo, Dios nuestro. Porque solo tú, junto a Él y en Él, eres bendita y enaltecida por todo ser visible e invisible, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.