Palabras de espiritualidad

Paráclesis a San Nicéforo el Leproso

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

En las últimas semanas, fieles de Grecia y Bulgaria han dado testimonio de apariciones de San Nicéforo el Leproso (1890- 1964), en las cuales envía un mensaje de consuelo y esperanza al mundo, ante la terrible pandemia que actualmente nos azota. Y nos pide, para librarnos de dicha enfermedad, que oremos mucho y que invoquemos su auxilio, porque él nos ayudará a vencer al hoy temible coronavirus. Así, compartimos hoy la Paráclesis a San Nicéforo, para que lo mantengamos presente en nuestras plegarias diarias.

El sacerdote pronuncia: “Bendito sea nuestro Dios...”

Si no hay sacerdote, se dice:Por las oraciones de nuestros Santos Padres...”

Después se recitan las oraciones iniciales.

Al terminar el “Padre nuestro”, se repite: “Señor ten piedad” (12 veces).

Gloria al Padre...”, “Ahora y siempre...”

Venid, adoremos, y postrémonos...” (3 veces)

Salmo 142: “Señor, escucha mi oración...”.

A continuación, se cantan estos troparios en el tono IV: “Tú que te alzaste en la Cruz”.

Con valiente sabiduría, a semejanza de Job, soportaste la lepra de tu cuerpo, oh sufriente Nicéforo, purificando con resplandor el atuendo de tu alma. Y, alzándote en la escala de las virtudes, alcanzaste, con tu templanza, el estado de los Ángeles, cantando a Dios sin cesar: ¡A Ti se debe toda gloria, oh Trinidad consustancial!

Gloria al Padre... Ahora y siempre...

Nunca dejaremos de exaltar tus grandezas, oh Madre de Dios, a pesar de ser indignos. Pues, si tú no intercedieras por nosotros, ¿quién de tantos males nos protegería? ¿Y quién nos hubiera amparado hasta ahora,? No nos apartaremos de Ti, Señora, porque Tú nos salvas de toda adversidad.

Salmo 50: “Ten piedad de mí...”

 

Canto I

Tono VIII: “Caminando entre las aguas como si fuera tierra firme...” (De la Paráclesis a la Madre de Dios)

Al vaso más puro de los carismas del Espíritu, a aquel con un alma más blanca que la nieve, con hermosos cánticos vengan todos a exaltar a Nicéforo el Leproso.

Con el santo sello del amor, enfrentando con valor el camino de la fe, con esperanza en la obtención del Reino de lo alto, a Nicéforo el Leproso saludemos.

Gloria al Padre…

Con el sudor de tus afanes, padre Nicéforo, en un purísimo oro forjaste tu alma, confiándola a las manos de Dios.

Ahora y siempre…

Escuchando con fe las inefables palabras de Gabriel, oh Virgen Santa, a Dios trajiste al mundo, enmendando la desobediencia de Eva.

 

Canto III

“Señor, Tú que creaste todo lo que está más allá de los cielos...”

Amaneciendo de Creta cual radiante sol, a todo el mundo iluminaste con tu vida, y ataviándote con la piedad, hijo de la luz, oh Brillante Nicéforo, haces que desaparezca la oscuridad de nuestras pasiones.

Eligiendo la sapiencia de la soledad, por el camino estrecho dirigiste tus pasos, lleno de templanza, oh Bienaventurado, y ya desde esta vida te uniste a las legiones incorpóreas. Por eso, oh Piadoso Nicéforo; fuiste ensalzado como los Ángeles.

Gloria al Padre…

Aquel que es un inagotable manantial de sanaciones, Quien corrige con la debilidad a los que recibe como hijos verdaderos, Cristo, te dio a ti, Nicéforo, la lepra del cuerpo, para confiarte Su amor.

Ahora y siempre…

Oh, Purísima Virgen, Soberana de todo el mundo, extiende tu auxilio a mi alma tan sometida por el pecado y apártala de las pasiones, llevándome de vuelta a la prístina gloria.

 

Después, estos troparios:

Sana nuestras pasiones con tus oraciones, oh padre Nicéforo, tú que soportaste la lepra de tu cuerpo con una paciencia perfecta.

Dirige tu mirada con bondad, bendita Madre de Dios, hacia el terrible quebranto de mi cuerpo y sana los dolores de mi alma.

 

Catisma, tono II

A ti, que eres una ferviente intercesora y muralla invicta...”

Con un alma valiente y gran sabiduría soportaste los dolores de la lepra, alabando sin cesar a Dios con cánticos de alegría, oh Bendito Nicéforo, exaltando sin cesar la bondad divina con la pureza de tu boca.

 

Canto IV

He conocido, Señor, el misterio de Tus preceptos...”

Con admirable virtud venciste los placeres del cuerpo, oh Venerable Nicéforo, alcanzando así la resurrección de tu alma.

Respondiendo al llamado celestial, bienaventurado te hiciste, padre Nicéforo, derrotando a las huestes del mal.

Gloria al Padre…

Sufriendo gran daño tus ojos, oh Nicéforo, que ahora contemplas la faz de Dios, veías en tu interior el brillo del Divino Espíritu y los áureos rayos de la luz eterna.

Ahora y siempre…

En ti se cumplió, oh Purísima Virgen, el clamor de los profetas, porque sin conocer varón llevaste en tu vientre a Aquel que ellos anunciaron desde tiempos antiguos.

 

Canto V:

“Ilumínanos, Señor, con Tus mandamientos...”

Al asentar tu mente en la roca de tu Señor, oh Juicioso Nicéforo, te hiciste fuerte como el diamante, sin temerle a los dolores.

Como Job, la lepra del cuerpo soportaste, oh padre Nicéforo. Por eso, ahora tu alma brilla como el oro y la plata más valiosa.

Gloria al Padre…

Toda tu esperanza la pusiste, oh Beato Nicéforo, en Dios, Quien es el Amparo de los huérfanos y de las viudas, y Padre de las misericordias, en el Cual hallaste refugio.

Ahora y siempre…

Un bastión invicto contra nuestros enemigos eres, Señora, destruyendo sus ardides, porque tú diste a luz a Aquel que es Todopoderoso.

 

Canto VI:

Elevaré mi oración al Señor y a Él le revelaré mis aflicciones...”

Fortalecido por la Gracia de Dios, aceptaste la enfermedad del cuerpo como un don de Su misericordia, porque Él, en Su inmensa piedad, anhela la salvación de todos los hombres.

Como un cirio de la Trinidad te conocemos, oh Nicéforo, puesto en la cima de la montaña, irradiando a todos los rincones del mundo la luz y el brillo del Espíritu, para que salgamos de las tinieblas de las pasiones.

Gloria al Padre…

Con tu divina humildad venciste la imponencia del enemigo, oh padre Nicéforo, porque con un alma agradecida aceptaste todos los sufrimientos e injurias, haciéndote verdaderamente impoluto como la nieve.

Ahora y siempre…

Tu vientre se santificó y se hizo más vasto que los cielos, oh María, porque en él estuvo Dios Mismo, Quien es infinto. A Él suplícale con tus maternales oraciones que nos libre del quebranto de las pasiones.

Otra vez:

Sana nuestras pasiones con tus oraciones, oh padre Nicéforo, tú que soportaste la lepra de tu cuerpo con una paciencia perfecta.

Oh Purísima, tú que en los días precedentes con la palabra diste a luz a la Palabra, no dejes de orar por nosotros, porque tuya es esa prerrogativa de madre.

 

Kondakion, tono II

“Oh victorioso Auxilio de los cristianos...”

El camino angosto de la enfermedad salvaste, oh Dichoso Nicéforo, y con todo el corazón seguiste al Señor, como un hijo sumiso y digno: Su buen yugo y Su carga ligera tomaste en tus hombros, para entrar en la gloria eterna y en el gozo infinito, en donde sin cesar te alegras.

 

Prokimenon

Honrosa es ante el Señor la muerte de Su Venerable.

Verso:

Con paciencia esperaré al Señor y Él se acordará de mí.

 

Evangelio según San Mateo (Capítulo 11, 27-30)

«Dijo el Señor a Sus discípulos: Mi Padre me ha confiado todas las cosas; nadie conoce perfectamente al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera manifestar. Venid a Mí todos los que estáis cansados y oprimidos, y Yo os aliviaré. Cargad con Mi yugo y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque Mi yugo es llevadero y Mi carga ligera».

Gloria al Padre…

Por las oraciones de Tu piadoso Nicéforo, oh Misericordioso, purifícanos de todas nuestras faltas.

Ahora y siempre…

Por las oraciones de la Madre de Dios, oh Misericordioso, purifícanos de todos nuestros pecados.

Verso: Apiádate de nosotros, oh Dios, por Tu gran compasión, y con Tus incontables misericordias purifica nuestras faltas.

 

Tono VIII:

La escalera celestial de las virtudes subiste, Nicéforo, manteniendo la mente puesta en Dios y el alma fuerte. Porque, sufriendo como Job la lepra del cuerpo y la ceguera de tus ojos, heridas y toda clase de dolores en tus miembros, te alzaste a lo más alto y la gloria de lo celestial pudiste ver, esa que nuestro Señor Dios ha preparado para aquellos que cumplen con Sus mandamientos.

 

Canto VII

“Los jóvenes que fueron de Judea a Babilonia...”

Tu oración incesante fue un trabajo perfecto, por medio del cual hablabas con Dios, imitando a los Ángeles, oh Nicéforo, pensador de las cosas celestiales, exclamando: ¡Bendito eres, Dios de nuestros padres!

Siendo aconsejado por el venerable Ántimo, te dedicaste al esfuerzo ascético en Quíos, hasta obtener grandes victorias. Por eso, muchas coronas recibiste de la mano que da vida.

Gloria al Padre…

Presentándole al Señor tus divinas oraciones de medianoche, Nicéforo, te elevabas del suelo, llenando de admiración a tu discípulo, Eumenio, quien presenció todo esto y contigo alaba a Dios eternamente.

Ahora y siempre…

Vasija con maná te hiciste en verdad, oh Purísima Madre y Virgen, porque en tu vientre portaste al Pan de la vida eterna, a Cristo, Quien alimenta inefablemente las almas de los fieles.

 

Canto VIII

“¡Al Rey celestial, al que glorifican todas las legiones angelicales...!”

Tus divinas palabras y sapientísimos consejos ofrecen dulzura y consuelo a las almas que sufren, oh Piadoso Nicéforo.

La generosidad fue tu tesoro, padre Nicéforo, y, haciéndote pobre de corazón, mucha riqueza obtuviste, oh Bienaventurado.

Gloria al Padre…

Con los ojos de tu alma podías ver hasta las cosas más lejanas, oh Beato Nicéforo, porque se te concedió ese don divino.

Ahora y siempre…

Ataviada con la gloria divina, oh Virgen, fuiste llevada a la diestra del Rey Celestial, como la Soberana del mundo.

 

Canto IX:

“Verdaderamente, oh Madre de Dios, te exaltamos...”

Con sencillez alzaste la pesada carga de la lepra, oh Triunfante Nicéforo, y partiste al Reino de Dios, volando hasta allí sin trabajo.

Recibiendo en la tierra fértil de tu corazón la semilla del Evangelio, oh Piadoso Nicéforo, diste frutos por centuplicado.

Llenando el candil de tu alma con el aceite de la paciencia, oh Juicioso Nicéforo, Cristo, el Novio, te enumeró entre las vírgenes prudentes.

Gloria al Padre…

Del cofre con tus reliquias, oh padre Nicéforo, brota la Gracia del Consolador y una fragancia vivificadora para los fieles que las veneran.

Ahora y siempre…

Como una brillante luna ofreciste al mundo la Luz infinita, oh Madre de Dios, tú que engendraste al inmenso Sol de la gloria.

Después:

Verdaderamente es justo bendecirte a ti, que haz dado a luz a Dios, la más bienaventurada, purísima, y Madre de nuestro Dios. Tú, que eres más venerada que los querubines, e infinitamente más enaltecida que los serafines. Tú, que sin mancha has traído al mundo a Dios hecho Palabra, a ti, que eres realmente la Madre de Dios, te glorificamos.

 

Megalinarios

Para hacerte partícipe del eterno gozo del cielo, el Soberano te permitió los azotes y dolores de la lepra en esta vida, como un Padre misericordioso.

Modelo de acribia, ejemplo de templanza y humildad, columna de vigilia, dechado de paciencia y gran maestro de la oración. Así es como te conocemos, Nicéforo.

Como Job, soportaste pacientemente los dolores, oh Sufriente Nicéforo. Y también como él, ahora te gozas eternamente de poder ver a Dios.

Oh, divina legión de los que aman a Cristo, vengan a cantarle a Nicéforo el Leproso, Su amigo, exaltándolo como a un avezado luchador.

Como un racimo maduro fuiste exprimido entre las vendas de la dolorosa lepra, oh Milagroso Nicéforo, ofreciéndonos el celestial vino de las virtudes, mismo que alegra los corazones de quienes te veneran.

Apoyándote en el báculo del poder de Dios, oh Nicéforo, cruzaste con perseverancia el angosto camino de la vida, hasta llegar a la divina morada.

Cual bigornia de la paciencia, invicto te mostraste ante los tormentos, oh Doliente Nicéforo, y al ser acrisolado en el fuego, más resplandeciente que el oro te mostraste.

Hoy, los poderes celestiales se gozan al ver tu divina alma a su lado y ante el Trono del Soberano, centelleando con la gloria de la pureza.

Que todas las legiones angelicales, con el Precursor de Cristo, los Apóstoles del Señor y todos los Santos, junto a la Santísima Virgen, ofrezcan oraciones por nuestra salvación.

 

Luego:

Santo Dios...

Santísima Trinidad...

Padre nuestro...

Y estos Troparios, en el tono VI:

Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros: pues aún sin tener excusa para nuestras faltas, nosotros, pecadores, te dirigimos como a nuestro Señor esta súplica: ¡Ten piedad de nosotros!

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Señor, ten piedad de nosotros, pues en Ti hemos puesto nuestra esperanza. No te enojes con nosotros, ni te acuerdes de nuestras faltas; más bien míranos con benevolencia, y líbranos de nuestros enemigos. Pues Tú eres nuestro Dios, y nosotros Tu pueblo. Todos somos obra de Tus Manos e invocamos Tu Nombre.

Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Ábrenos las puertas de la Misericordia, Bendita Madre de Dios, para que no decaigamos los que confiamos en ti, sino que seamos libres de toda adversidad con tu ayuda, pues tú eres la salvación de todos los cristianos.

Al terminar, el sacerdote pronuncia la Letanía y la Bendición Final. Mientras los fieles veneran el ícono del santo y el sacerdote los unge, se cantan estos troparios, en el tono II: “Cuando en el Madero...”.

Alégrate, asceta de la paciencia, lámpara de consuelo, divino ícono de la esperanza, sello de la fe, plenitud del amor, mentor de la oración, modelo de templanza, riqueza muy apreciada de pureza. Tú, que fuiste purificado en el horno de la lepra, brillas sin cesar ante el mundo, Venerable Nicéforo, más refulgente que el oro.

¡Señora nuestra, recibe las súplicas de tus siervos y líbranos de toda aflicción y necesidad!

Toda nuestra esperanza la ponemos en ti, oh Madre de Dios, cúbrenos con tu Manto poderoso.

 

Tropario, tono I

“Morador del desierto...”

Los sacrificios y el denuedo ascético del Piadoso Nicéforo el Leproso admiraron a los Ángeles, porque, como si fuera otro Job, soportó los dolores alabando a Dios. Por eso, ahora se goza de la Gloria de Dios, para que obre milagros. ¡Alégrate, consejero de los monjes; alégrate, columna luminosa; alégrate, fragancia que nos llena de júbilo, misma que brota de tus reliquias!