“Perdónanos, Señor, así como nosotros perdonamos”
Tanto le importa al Señor el perdón que damos a nuestro semejante, que sin éste tampoco Él nos perdona. Dios, en Su inmenso amor por la humanidad, nos pide algo a cambio del perdón que necesitamos. “¿Quieres que te perdone tus incontables pecados? Bien, te pongo una condición: perdona también tú los errores de tu semejante”.
Tanto le importa al Señor el perdón que damos a nuestro semejante, que sin éste tampoco Él nos perdona. “Porque si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas, también el Padre celestial les perdonará a ustedes. Pero si ustedes no perdonan a los demás, tampoco el Padre les perdonará a ustedes.” (Mateo 6, 14-15). Aunque todo pecado es una ofensa a Dios y sólo de parte Suya podemos obtener el perdón, el pecado cometido contra nuestro semejante nos es perdonado sólo con la aprobación de éste último. Por eso, cuando pedimos perdón a alguien a quien hemos ofendido, éste nos responde: “¡Que Dios te perdone!”, es decir: “yo te perdono, espero que también Dios lo haga”. Y sólo así Él nos perdona. Para nuestra renovación espiritual lo primero que necesitamos es el perdón de nuestros pecados, por parte de Dios; también los esfuerzos del ayuno tienen el mismo propósito.
Dios, en Su inmenso amor por la humanidad, nos pide algo a cambio del perdón que necesitamos. “¿Quieres que te perdone tus incontables pecados? Bien, te pongo una condición: perdona también tú los errores de tu semejante”. Y cada vez que pronunciamos el Padre Nuestro, nos presentamos ante Dios y decimos aquellas palabras: “Perdona, Señor, nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”. Si no perdonamos, Él tampoco nos perdona.
(Traducido de: Protosinghel Petroniu Tănase, Ușile pocăinței, meditații duhovnicești la vremea Triodului, Editura Mitropoliei Moldovei și Bucovinei, Iași, 1994, p. 38)