¡Pidamos a los santos que oren por nosotros!
Si la oración del justo puede tanto, como está escrito (cf. Santiago 5, 16), no dudemos en pedirle que ore por nosotros. Aunque nosotros mismos seamos indignos, nuestro Buen Señor acepta las plegarias de Sus siervos (cf. Filipenses 2, 6-8).
El hermano preguntó:
«Padre, cada vez que siento que los pensamientos me atormentan, voy y les pido a los ancianos que oren por mí, y también obedezco sus recomendaciones. E inmediatamente la paz vuelve a mi alma. ¿Cómo debo entender todo esto?».
Y el stárets respondió:
«Cuando la violencia del mar amenaza con echar a pique la nave, el navegante, con la sabiduría que Dios le concedió, logra salvar la embarcación. Con esto, tanto la tripulación como los pasajeros se llenan de júbilo, porque saben que se han librado de morir. Al enfermo no le alegra pensar en el médico, sino la eficacia de los tratamientos que este le aplica. Lo mismo ocurre con el hombre que, en la oscuridad de la noche, se ve asaltado por un grupo de maleantes: lo que le infunde valor no es escuchar los gritos de los guardias que vienen corriendo a ayudarle, sino su presencia real. Luego, si todo esto es así, ¡cuánto gozo y consuelo no puede dar la respuesta de los Padres a aquel que es obediente y piadoso! Especialmente, cuando interviene también la oración ferviente a Dios, Quien dijo. “Orad los unos por los otros, para que podáis sanar” (Santiago 5, 16). Y cuando ellos hacen suyo el dolor de sus hijos, claman a Jesús, su Señor, implorando con dulcísimas lágrimas: “¡Sálvanos, Maestro, que perecemos!” (Lucas 8, 24).
Entonces, si la oración del justo puede tanto, como está escrito (cf. Santiago 5, 16), no dudemos en pedirle que ore por nosotros. Aunque nosotros mismos seamos indignos, nuestro Buen Señor acepta las plegarias de Sus siervos (cf. Filipenses 2, 6-8), apiadándose de nosotros. Porque dice: “Él hará la voluntad de los que le temen” (Salmos 144, 19). Hijo, muchas veces, cuando los malhechores oyen las voces de los más fuertes, huyen; lo mismo ocurre con los espíritus malignos: cuando escuchan las respuestas y las voces de los más fuertes en el poder del Espíritu, de esos que han escuchado de su Soberano y Señor, Jesús, “¡Atreveos, que Yo he vencido al mundo!” (Juan 16, 33), y: “Os he dado poder de pisar serpientes y escorpiones, y sobre todas las fuerzas del enemigo, sin que nada os dañe” (Lucas 10, 19), huyen espantados y llenos de vergüenza. Por tanto, tenemos que orar a los santos para que ellos oren por nosotros, para hacernos parientes suyos, porque grande es el beneficio de esto». (San Barsanufio)
(Traducido de: Everghetinosul, vol. 1-2, traducere de Ștefan Voronca, Editura Egumenița, Galați, 2009, pp. 113-114)