Palabras de espiritualidad

Por qué Dios le puso límites a todo

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

A cada uno Dios le dio su propio lugar, fijándole ciertos límites a ser respetados perpetuamente.

Muchas veces nuestro mismo cuerpo nos ayuda a vencer la inclinación a la gula, provocándonos dolores y malestares cuando caemos en excesos. “El cuerpo siente un deseo natural, no de desenfreno o adulterio, sino del simple ayuntamiento carnal. El cuerpo, asimismo, experimenta un deseo natural, no de glotonería, sino de comer; no de embriagarse, sino de beber. Indicio de esto es el hecho que, cada vez que sobrepasamos esos límites naturales, nuestro cuerpo reacciona inmediatamente” (San Juan Crisóstomo, Homilía V sobre la Carta a los Efesios).

No sólo el cuerpo exhorta al alma a la corrección y rectitud, sino que también la armonía de toda la naturaleza le ofrece un modelo ejemplar, digno de ser imitado, con respecto a la importancia de respetar los límites establecidos por Dios:

"Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche». Y atardeció y amaneció: día primero"  (Génesis 1, 4-5). “A cada uno Dios le dio su propio lugar, fijándole ciertos límites a ser respetados perpetuamente. Cualquier persona sensata puede constatar que, desde entonces, ni la luz ha sobrepasado sus propios límites, ni la oscuridad los suyos, provocando confusión, caos. Este ejemplo basta para hacer entender a quienes pretenden rebelarse y llevarlos a la obediencia a las palabras de las Divinas Escrituras, imitando este ejemplo, el de la luz y la oscuridad, que conservan imperecederamente su propio camino y no contravienen sus propios límites, sino que conocen las medidas de su propia naturaleza” (San Juan Crisóstomo, Homilía III sobre el Génesis).

(Traducido de: David C. Ford, Bărbatul şi femeia în viziunea Sfântului Ioan Gură de Aur, traducere din limba engleză de Luminiţa Irina Niculescu, Editura Sophia, Bucureşti, 2004,  pp. 230-231)