¿Por qué Dios permite o acepta el mal?
Así pues, el origen real del mal no es Dios, ni los demonios, ni el mundo, aunque los Padres nos recomienden tener suficiente discernimiento en este punto...
A la pregunta “¿Por qué Dios permite o acepta el mal?”, la respuesta general es que, por medio de este, Él quiere que hagamos ejercicio de nuestra libertad; así, haciendo posible el funcionamiento de la libertad con la que nos facultó al crearnos y en función de nuestra actitud —de odio y rechazo al mal o de arrojarnos con todo nuestro ser a sus brazos y trampas—, recibiremos nuestra recompensa o castigo. El mal, en sus numerosas manifestaciones, como el sufrimiento, las enfermedades y, finalmente, la muerte, constituye un ejercicio de la libertad y un examen moral para el hombre. En esta calidad, el mal le demuestra a Dios ser el verdadero guía hacia el bien y la perfección del mundo, constituyendo una prueba, un medio de expiación, un sacrificio, una condición para el mérito y consecuencia de la libertad, el impulso del progreso y la condición de la salvación.
Así pues, el origen real del mal no es Dios, ni los demonios, ni el mundo —aunque los Padres nos recomienden tener suficiente discernimiento en este punto—, sino el hombre mismo, su propia voluntad, su elección carente de equilibrio o lucidez. San Máximo el Confesor, hablando sobre “las fuentes y causas de todo el mal”, anota tres de ellas; el desconocimiento, el amor propio más carnal y el odio. De todo eso se aprovecha el demonio para empujar las fuerzas espirituales a propósitos equivocados.
Desde esta perspectiva, la responsabilidad moral le vuelve al hombre, porque es una enseñanza tradicional y realista, de la espiritualidad ortodoxa, aquella que el causante de nuestra salvación o perfección es Dios, en tanto que el de nuestra caída y condena es nuestra propia voluntad, libre, o como dice Pedro Damasceno, “aquel que obra el bien debe agradecerle a Dios, como a Ése que nos ha dado todo lo que existe. Mas quien elige y hace todo lo contrario, que se culpe solamente a sí mismo, porque nadie podría forzarle, siendo que Dios le creó libre”.
(Traducido de: Război în “văzduhul inimii” - Cuvinte ale Părinților filocalici despre„ războiul nevăzut”, Editura Credința strămoșească, p. 20-21)