¿Por qué Dios permitió que Su Hijo muriera por nosotros?
Cuando estaba listo para irse al campo de batalla, un joven desconocido vino a buscarlo, y le dijo: “Yo no tengo a nadie. Aunque muera, nadie llorará por mí. ¡Déjame ir en tu lugar!”.
Al comenzar una guerra cualquiera, se emitió una ley que decía que podías librarte de combatir, si encontrabas a alguien que te sustituyera. ¡Difícil encontrar alguien que quiera morir en tu lugar! En aquel sitio vivía un hombre con su numerosa familia. El problema es que, quién sabe por qué motivos, aquel hombre había dejado de creer en Dios. Y ahora tenía que partir a luchar. Cuando estaba listo para irse al campo de batalla, un joven desconocido vino a buscarlo, y le dijo: “Yo no tengo a nadie. Aunque muera, nadie llorará por mí. ¡Déjame ir en tu lugar!”. El otro aceptó. Luego de unos pocos días, el joven cayó herido mortalmente y, cuando lo llevaban de vuelta a casa, falleció. A partir de entonces, su tumba siempre estuvo llena de flores hermosas y fragantes. Todo el mundo es preguntaba quién podría llevar tan bellos presentes al sepulcro del muchacho, sabiendo que no tenía ni familia ni amigos. Hasta que, una noche, alguien vio que era aquel hombre quien llevaba flores a la tumba del chico.
—Pero ¿no era que tú no creías en Dios?, le preguntó.
—Ahora creo, porque solamente Él pudo hacer que este chico me amara a mí y a mi familia, a tal grado de ocupar mi lugar ante a la muerte. ¡Solamente Dios pudo hacer algo semejante, cuando envió a Su propio Hijo para que muriera por nosotros!
(Traducido de: Părintele Arsenie Boca, Rostul încercărilor, Editura Pelerinul, Iași, 2008, pp. 10-11)