‟¿Por qué te jactas lleno de malicia, hombre prepotente?”, dice el profeta (Salmos 51, 1). ¿Por qué esperas que los otros te encomien por tu bien? Porque ni tú mismo sabes lo que es el bien. El bien siempre es el bien, aunque nadie lo elogie, y el mal sigue siendo el mal, aunque nadie lo condene. Aunque te elogiaran todos los hombres, nada adicional se te daría. Pero, si nadie te elogia, nada te faltará. Si nadie te elogia por tu buena acción, es suficiente con que sea Dios Mismo quien te ensalce. Ser elogiado por los demás no significa nada, porque no es buscando su aprobación que haces el bien, sino que lo haces para Dios. Por eso, busca el elogio del Único Dios, no el de los hombres, y serás enaltecido por Él para siempre, obteniendo la recompensa eterna.

Así pues, cuando el bienestar y la honra llamen a tu puerta, no te envanezcas, y cuando todos te rechacen, no caigas en la desesperanza. Tanto en una como en otra situación sé equilibrado y mesurado. Cuando te suceda algo bueno y agradable, alégrate, sin felicitarte insensatamente Cuando, por el contrario, te ocurra algo malo, no te dejes atrapar por la aflicción. Recuerda que en esta vida todo tiende a cambiar, porque todo es inestable. No olvides glorificar a Dios y presentarle tu gratitud, y Él te otorgará la vida en la felicidad eterna.

(Traducido de: Sfântul Dimitrie al Rostovului, Alfabetul duhovnicesc, Editura Sophia, București, 2007, pp. 64-65)