Dios ama y cuida esmeradamente a las familias que tienen muchos hijos. En una familia grande, los niños tienen más oportunidades de desarrollarse con normalidad, mientras los padres les eduquen bien, porque cada hijo ayudará al otro, y así sucesivamente. Se crea, así, un sentimiento de entrega mutua que origina una atmósfera de sacrificio y amor. El más pequeño respeta y ama al más grande. En una familia numerosa todo esto se cultiva con total naturalidad.

Por eso, cuando en la familia hay sólo uno o dos hijos, los padres deben educarlos con equilibrio. Usualmente, los padres con pocos hijos intentan consentirles todo, criándolos equivocadamente.

Los padres de familias numerosas tienen un corazón bueno. Recuerdo que, en tiempos de la ocupación alemana, entre nuestros vecinos había un niño huérfano, que había perdido a toda su familia. Pero otro vecino, muy pobre y con diez hijos, se lo llevó a su casa y asumió su crianza como si fuera otro de sus vástagos. ¿Podemos imaginarnos qué clase de bendición recibió aquel hombre por haber actuado así? ¿Cómo podría dejar Dios sin recompensar a alguien con un alma tan grande?

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Viața de familie, Editura Evanghelismos, București, 2003, p. 76-77)