Palabras de espiritualidad

Por qué es vital hacernos humildes

  • Foto: Bogdan Bulgariu

    Foto: Bogdan Bulgariu

Y si alguien me preguntara: “¿Qué te gustaría pedirle a Dios? ¿Qué don quisieras que te concediera?”, respondería: “El espíritu de la humildad, que es el que más le agrada al Señor”.

Les suplico a todos que perseveremos en el arrepentimiento, porque sólo así podremos ver la misericordia del Señor. Y, en lo que respecta a los que experimentan ‟visiones” y creen en ellas, oro para que entiendan que esto es una manifestación de su propio orgullo y de la siniestra dulzura de la vanagloria, en la cual no existe el pesar de un corazón contrito. Y esta es la causa de toda su desgracia, porque sin humildad es imposible vencer a nuestros enemigos.

Yo mismo fui engañado dos veces. La primera, el maligno me mostró una luz, y un pensamiento me dijo: “¡Recíbela! ¡Es la Gracia!”. La segunda vez, recuerdo que fue una visión que me llevó a sufrir mucho. Sucedió al final de las Vigilias, cuando se canta: “¡Todo cuanto respira alabe al Señor!”, y escuché al mismísimo rey David cantando alabanzas en el Cielo. Yo estaba entre los demás en el coro y vi que el techo de la iglesia se disipaba, dando lugar al espléndido paisaje del cielo estrellado. Poco después hablé con cuatro distintos confesores, y ninguno me confirmó que pudiera tratarse de un ardid del demonio. Yo mismo creía que los demonios no son capaces de alabar a Dios, así que asumí que aquella visión era algo auténtico. El engaño de la vanagloria me había atrapado en sus garras y otra vez llegué a ver demonios. Entonces entendí que todo se trataba de un embuste, y corrí a contárselo a mi padre espiritual, pidiéndole, además, que orara por mí. Y, gracias a sus plegarias, pude librarme de dichas figuraciones. Aún hoy sigo pidiéndole al Señor que me conceda el espíritu de la humildad. Y si alguien me preguntara: “¿Qué te gustaría pedirle a Dios? ¿Qué don quisieras que te concediera?”, respondería: “El espíritu de la humildad, que es el que más le agrada al Señor”.

Por su humildad, la Virgen María se hizo Madre de Dios y es exaltada mucho más que todo lo que hay en los Cielos y en la tierra. Ella misma se abandonó completamente a la voluntad de Dios: “He aquí la esclava del Señor” (Lucas 1, 38), dijo ella; luego, es nuestro deber imitarla todo el tiempo.

(Traducido de: Cuviosul Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii și iadul smereniei, Editura Deisis, Sibiu, 2000, pp. 177-178)