¿Por qué esperar hasta mañana para empezar nuestro camino a la salvación? Un llamado a monjes y laicos
Tenemos que esforzarnos en guardar las leyes de Dios en cualquier condición, favorable o adversa, en cumplir los votos monacales y recordar siempre aquellas palabras:“Ahora es el tiempo propicio, ahora es el día de la salvación” (II Corintios 6, 2).
Cuando al stárets Barsanufio se le encomendó confeccionar una lista con los libros que podían leer los monjes de la skete, en un momento dado, exclamó: “Perdóname, venerable padre, por marcar con rojo tu libro, pero no quiero que quienes han encontrado un refugio en los monasterios rusos prentendan después irse al Santo Monte Athos, aunque se trata de un libro muy bueno” (eran las “Cartas de un monje athonita”).
Si un monje entra a una casa de laicos, será considerado uno de ellos. El monje no tiene por qué permanecer mucho tiempo en el mundo. Un monje fuera del monasterio es exactamente lo mismo que un pez fuera del agua.
Las pruebas de los monjes de los últimos tiempos son más refinadas. A simple vista, de hecho, no parecen pruebas. Y aquí es donde se encierra el ardid de nuestro enemigo, el maligno. Las tentaciones visibles, groseras y crudas despiertan en el cristiano un fervor encendido y la valentía de querer soportarlas pacientemente. Por eso, el maligno renuncia a tentarnos de esa manera, para provocarnos con tentaciones más sutiles, sí, pero afiladas y con un efecto muy poderoso. Son tentaciones que no encienden el fervor en el corazón ni nos inducen a esforzarnos más, sino que arrojan el corazón a un estado de confusión y llenan de dudas la mente. Son tentaciones que terminan extenuándote, que consumen las fuerzas espirituales del hombre, que te arrojan a la desesperanza, a la desidia, y que matan el alma, haciéndola un nido de pasiones. Esto se explica con el hecho de que los monjes modernos quieran esperar tiempos mejores, diciendo: “Ayunaremos y oraremos cuando las condiciones sean propicias para ello”. El Señor prometió que quien se arrepienta con sinceridad será perdonado, pero no nos prometió que viviremos hasta mañana. Por eso, tenemos que esforzarnos en guardar las leyes de Dios en cualquier condición, favorable o adversa, en cumplir los votos monacales y recordar siempre aquellas palabras: “Ahora es el tiempo propicio, ahora es el día de la salvación” (II Corintios 6, 2).
(Traducido de: Starețul Nicon de la Optina, Editura Doxologia, Iași, 2011, p. 218)