Palabras de espiritualidad

¿Por qué le temes al maligno?

  • Foto: Stefan Cojocariu

    Foto: Stefan Cojocariu

Translation and adaptation:

Cuando los demonios ven que el cristiano tiene la valentía, la armas y las técnicas de la lucha espiritual, se acobardan y huyen despavoridos, demostrando su pusilanimidad, escondiéndose, renegando y rumiando su derrota.

La debilidad, la cobardía y el temor de los demonios ante los hombres nos demuestra que la venia que Dios les ha dado es una estrictamente limitada. Su debilidad proviene del hecho que no conocen nuestra mente y nuestro corazón, y que no pueden penetrar en nuestros pensamientos y estados más íntimos. Sus observaciones y presunciones son coyunturales, circunstanciales y exteriores, y no siempre manifiestan con exactitud lo que hay en nuestra alma.

La literatura espiritual conserva numerosos relatos en los cuales dichos espíritus eran inducidos al error, engañados y humillados por los cristianos. Evagrio el Monje dice que, indiferentemente de la violencia de sus ataques, que es siempre una aparente, ellos le temen a los hombres y esperan ver si estos les prestan atención o los desprecian. Si les prestamos atención, adquieren poder y consiguen atemorizarnos, aumentando su maldad, no tanto gracias a sus propias fuerzas, sino por nuestra debilidad y temor.

Los demonios se llenan de fuerza allí en donde encuentran un terreno débil y descuidado, pero también sus monstruosas manifestaciones son sólo aparentes y engañosas, disipándose cuando son divulgadas en su verdadera dimensión y endeblez. Cuando, sin embargo, se topan con nuestra resistencia espiritual, cuando leen nuestro coraje y desprecio para con ellos, se asustan y se aterran, viendo las armas del cristiano. Y huyen a esconderse. Ante un “soldado de Cristo”, ellos se traicionan a sí mismos, porque “son débiles y nada pueden, sino solamente amenazar”.

Ya que no pueden nada por sí mismos ni por sus propias fuerzas, recurren a toda clase de artimañas para amendrentar a quienes no los conocen en verdad. Viendo, no obstante, que ni siquiera esto les funciona todas las veces, se rebelan por su propia impotencia, “carcomiéndose a sí mismos por no poder hacernos nada de aquello con lo que nos amenazan”. En palabras de San Antonio el Grande, “incapaces de hacernos nada, los demonios actúan como en un escenario, cambiando su apariencia y asustando a los más pequeños, utilizando ruidos y manifestaciones que revelan todo lo despreciables que son, por débiles”.

Sin embargo, los demonios no pueden hacernos nada, aunque intenten espantarnos con sus engaños. Cuando ven que el cristiano tiene la valentía, la armas y las técnicas de la lucha espiritual, se acobardan y huyen despavoridos, demostrando su pusilanimidad, escondiéndose, renegando y rumiando su derrota.

(Traducido de:Nevoitor, Război în văzduhul inimii, Editura Credința strămoșească, p. 44-46)