¿Por qué le temes a confesarte?
Los brazos del Señor ya están abiertos para recibirte. Lo único que falta es que te acerques a ellos. ¡Hazlo, pues, lleno de un amor humilde!
“¡Se acerca el tiempo de ir a confesarte y, después, el dulcísimo momento de comulgar con el Cuerpo y la Sangre de Cristo! Que el Señor te bendiga y te ayude realizar ambos cometidos de la forma debida. Tanto los esfuerzos del ayuno y la oración como todo lo demás que has ido preparando, tienen el mismo objetivo, marcado con el sello divino.
Entonces, ¿por qué dices que te da miedo ir a confesarte? Sé que muchos experimentan cierto resquemor antes de ir a confesarse... ¿pero cómo es posible que tú también sientas algo así? Permíteme explicarte todo esto. Tu confesor es simplemente un testigo, porque es Dios quien recibe tu confesión. Él le ordena al confesor que perdone a quienes se confiesan. Dios es Quien te ofrece Su misericordia. Él sólo espera que el hombre confiese sus pecados, para perdonarlo inmediatamente. Luego, ¿cómo temerle a semejante Señor? Esa falta de confianza nace del hecho que no sabes bien qué decir al confesarte. Pero, si respetas mis recomendaciones, todo estará bien y no sentirás ningún temor.
En verdad, esa desconfianza muchas veces proviene del hecho que no nos confesamos con frecuencia. Si nos confesáramos más seguido, no sentiríamos ningún temor. Que Dios te ayude, para que de hoy en adelante te decidas a venir a la Cena del Señor con más asiduidad y, en consecuencia, te acerques a confesarte con constancia.
Y, mientras tanto, esto es lo que tendrías que hacer: escribe en un papel todo lo que crees que deberías confesar, para que, al presentarte ante tu confesor, te resulte más sencillo recordar y hablar de tus faltas, partiendo de tus mismas anotaciones. Y es que la auténtica confesión debe ser realmente propia; es decir, quien se confiesa debe enumerar con su propia boca todas sus faltas, sin esperar a que el sacerdote le pregunte. Así es como debe ser la confesión, aunque raras veces se desarrolla de la forma en que hubiéramos querido. El confesor, por necesidad, suele preguntar muchas cosas que no se ajustan a la realidad del que se confiesa, y no pregunta lo que sí se adecúa al fiel. Con esto, hay aspectos que quedan sin confesarse. Sin embargo, tú debes expresar todo lo que te oprime la conciencia. Hay que reconocer que también es posible recordarlo todo, aún sin anotarlo. Lo importante es decirlo todo. Que Dios te ayude a confesarte con espíritu de contrición y con la firme decisión de ser más perseverante, sin temerle a nada. Recuerda, el temor es inútil y sólo complica las cosas.
Cuando sientas que aparece el temor a confesarte, aléjalo. El humilde temor de Dios es muy importante, pero ese temor infantil que experimentas antes de confesarte es simplemente pernicioso. No tiene nada que ver con tu necesidad de la confesión; por eso, tienes que darte cuenta que quien te lo provoca es el maligno. Dicho lo anterior, acude en paz a buscar a Dios, con el corazón lleno de contrición. Acude a Él como lo hizo el hijo pródigo con su padre. No olvides que el padre no reprendió ni amonestó a su hijo al verlo volver; al contrario, salió corriendo a su encuentro, para abrazarlo y besarlo. Lo mismo te espera a ti. De hecho, los brazos del Señor ya están abiertos para recibirte. Lo único que falta es que te acerques a ellos. ¡Hazlo, pues, lleno de un amor humilde!”.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Viața duhovnicească și cum o putem dobândi, Editura Buna Vestire, Bacău, 1998, pp. 188-189)