¿Por qué necesitamos confesarnos?
Acércate al Sacramento de la Confesión, para que puedas recibir consuelo y la absolución de tus pecados, tanto en la tierra como en el cielo, abriendo la puerta de tu alma para que descienda la Gracia.
Lo que hace tan necesario el Sacramento de la Confesión es, por una parte, la naturaleza del pecado, y por otra, la esencia de nuestra conciencia. Cuando pecamos, creemos que nuestra falta no dejará su rastro en nosotros, sea en lo exterior, sea en lo interior... Pero, de hecho sí que deja una huella profunda, tanto en nuestro interior como en nuestro exterior, y en todo lo que nos rodea, especialmente en los cielos, en los libros del juicio divino. En el momento en que pecamos, allá arriba se decide nuestra suerte, porque en el Libro de la Vida somos inscritos entre los que serán condenados, y eso queda sellado. La Gracia no descenderá sobre el individuo hasta que su nombre no sea borrado de entre los condenados, hasta que no reciba la absolución desde lo alto. Dios dispuso que esa condena fuera borrada solamente por medio de la absolución de los pecados que habían quedado atados en este mundo.
Así pues, acércate al Sacramento de la Confesión, para que puedas recibir consuelo y la absolución de tus pecados, tanto en la tierra como en el cielo, abriendo la puerta de tu alma para que descienda la Gracia.
Ahora bien, cuando la conciencia se limpia y se purifica, recuperando la frescura y su sensibilidad para obrar el bien, debe tener la certeza de que sus pecados le han sido perdonados en realidad. Lo mismo ocurre en nuestra vida cotidiana: la conciencia no nos deja presentarnos ante aquel a quien hemos ofendido, hasta que no estamos completamente seguros de que nos ha perdonado. En lo que concierne a nuestra relación con Dios, nuestra conciencia es aún más meticulosa. Prometiendo trabajar en su salvación, el hombre cree haberse enmendado ante Dios, aunque esta certeza sea subjetiva e indigna de una total confianza.
Y es que ese sentimiento será pronto atacado por las dudas: “¿Será cierto? ¿Me estoy engañando?”. De las dudas brota la intranquilidad, y de la intranquilidad nace la debilidad del alma. En tales condiciones, la vida no tendrá más fuerzas y dejará de seguir el buen camino. Por eso, necesitamos que Dios nos dé la certeza de la absolución de nuestros pecados y, reconciliados, podamos volver a la labor de los mandamientos. Por eso, hermano, ¡ve a confesarte y Dios te perdonará tus faltas!
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Calea spre mântuire, Editura Egumenița, Galați, pp. 191-192)