Palabras de espiritualidad

¿Por qué no logramos arrancar las pasiones de nuestro interior?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Hay quienes viven en austeridad, abstinencia y esfuerzo, pero no se apartan de ciertas compañías que, aunque agradables, constituyen un gran obstáculo para su vida espiritual y unión con Dios.

Debemos saber que en esta lucha espiritual hay dos voluntades en nosotros, cada una opuesta a la otra. La primera es lo racional, la “voluntad superior”. La otra pertenece a los sentidos, por eso se le llama “sensible” o “voluntad inferior”. Esta última recibe a menudo el nombre de “voluntad irracional”, “voluntad de los apetitos” y “voluntad de las pasiones carnales”.

Con la “voluntad superior”, racional, deseamos solamente cosas buenas, en tanto que con la “voluntad inferior”, irracional, deseamos solamente cosas malas.

Luego, si queremos algo, pero solamente con los sentidos, mientras no lo consintamos con nuestra “voluntad superior” y racional, no sabremos si es legítimo eso que deseamos. En la “voluntad superior”consta toda la lucha invisible.

Y es que la “voluntad racional”, que está entre la voluntad de Dios y la de los sentidos, lucha sea con una, sea con la otra. Cada una de ellas busca cómo ganar y someter a la otra.

Por eso, quienes desean cambiar su vida y ponerla al servicio de Dios, especialmente al principio deben enfrentar grandes tribulaciones, dolores y tristezas. Sobre todo, cuando el mal se ha convertido en un hábito para la persona. Porque la oposición que la “voluntad racional” recibe por parte de la voluntad de Dios y de la voluntad de los sentidos, que están a un lado y al otro y luchan contra ella, es tan fuerte, que la victoria se obtiene con mucho esfuerzo. Ese antagonismo es difícil de entender para quienes se han acostumbrado a vivir sea en la virtud o en los vicios, para quienes se contentan con vivir en la una o en los otros. Porque el virtuoso se somete fácilmente a la voluntad de Dios, en tanto que el vicioso se inclina a la voluntad de los sentidos, y sin ninguna oposición no podría tener éxito. Luego, quien desea obtener las virtudes cristianas y servirle a Dios, si no renuncia antes a los placeres, grandes y pequeños, a los que se halla atado por amor al mundo, difícilmente podrá alcanzar la perfección.

Y es que ocurre que el hombre, venciendo con trabajo los placeres más grandes, usualmente no querrá esforzarse más y vencer también a los más pequeños e insignificantes. Y precisamente son estos los que le dominan permanentemente.

Por ejemplo, hay algunos que, aunque no piensan en las cosas que pertenecen a otros, aman excesivamente las suyas. Hay otros que no buscan el elogio de los demás, pero no lo rechazan cuando lo reciben, y hasta lo desean a escondidas, pretendiéndolo de distintas formas. Otros ayunan con perseverancia en los períodos establecidos, por deber, pero luego se dejan docminar por la gula y comen más de lo que necesitan. Y también hay quienes viven en austeridad, abstinencia y esfuerzo, pero no se apartan de ciertas compañías que, aunque agradables, constituyen un gran obstáculo para su vida espiritual y unión con Dios. (...)

De todo lo dicho, obtenemos que los que viven de tal manera realizan cosas buenas, pero de forma imperfecta, con menos dignidad, porque buscan los elogios del mundo. Así, no sólo no progresan en el camino a la salvación, sino que vuelven a caer en sus anteriores maldades. No aman la verdadera virtud, ni se muestran agradecidos con Dios, Quien los redimió de la tiranía y esclavitud del maligno. Por eso, siguen siendo ignorantes y ciegos, porque no pueden ver el riesgo en el que se encuentran, a pesar de creerse salvos y fuera de peligro.

(Traducido de: Nicodim Aghioritul, Războiul nevăzut, Editura Egumenița, Galați, pp. 35-37)