Palabras de espiritualidad

¿Por qué no ser indulgentes y humildes unos con otros?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

¿Cuáles son los frutos del deseo de mandar? La exacerbación del orgullo, la tiránica imposición de nuestra voluntad sobre los otros, el enfado, los altercados, las provocaciones, las lamentaciones, el odio, la enemistad…

San Efrén el Sirio nos enseña a no dejarnos vencer por el espíritu del dominio sobre los demás. Ese espíritu se halla en el alma de cada uo de nosotros. Es el retoño del orgullo, que nos lleva a generar un orgullo aún más grande.

Todas las personas tienen un cierto anhelo de mandar: no solamente quienes ya poseen un puesto de autoridad y responsabilidad por cuestiones de trabajo, sino también el resto de individuos “comunes y corrientes”. ¿Acaso no es esta la principal razón por la cual, en un gran número de hogares, surgen encendidas disputas entre esposo y esposa, entre suegra y nuera, o entre padres e hijos? ¡Cuántas riñas, cuántas discusiones inútiles, por el simple amor a mandar sobre los demás! ¡Cuánta división entre semejantes!

¿Y cuáles son los frutos de ese deseo de mandar? La exacerbación del orgullo, la tiránica imposición de nuestra voluntad sobre los otros, el enfado, los altercados, las provocaciones, las lamentaciones, el odio, la enemistad, etc. ¿Y quién muere en semejante lucha? ¿Cuáles son las “bajas” que quedan después de cada contienda? Tistemente, nuestras virtudes: la mansedumbre, la humildad, la bondad, la paciencia, el amor, el respeto muto y, finalmente, nuestras propias almas.

Si con nuestro deseo de mandar sacrificamos nuestras virtudes y lo que ganamos son solamente vicios y pasiones, ¿por qué nos empecinamos en querer ser más que los demás?  La actitud correcta es la indulgencia, la buena voluntad para con los demás, como dice el Santo Apóstol Pablo: “Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo” (Filipenses 2, 3). “Amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros” (Romanos 12, 10).

Que la nuera sea indulgente con su suegra, el hijo con su padre y la esposa con el esposo, recordando aquellas palabras: “Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo. Las mujeres a sus maridos, como al Señor (Efeseni 5, 21-22). En general, la ley cristiana consiste en someternos los unos a los otros en el temor de Dios (Efesios 5, 21). Si procedemos de esta manera, estaremos sacrificando nuestro orgullo para ganar la humildad, y estaremos echando de nuestros corazones toda animadversión, para obtener la mansedumbre y la comprensión. Estaremos renunciando al espíritu de la discordia, para que la paz venga a reinar entre todos.

(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Tâlcuire la Rugăciunea Sfântului Efrem Sirul, traducere din limba bulgară de Gheorghiță Ciocioi, Editura Sophia, București, 2011, pp. 44-45)