Palabras de espiritualidad

A propósito de la edad idónea para recibir el Bautismo

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Cuando nacemos, no recibimos un pliego que dice: “Por medio del presente documento, doy fe de que yo, el ángel guardíán, he comunicado a los padres de este niño, que el susodicho alcanzará la edad suficiente para creer que lo sabe todo y elegir su propia religión”.

Alguien me dijo que no podemos bautizar niños pequeños, porque no tienen conciencia. La conciencia jamás es la medida de nuestra propia medida. Nosotros no nos bautizamos en el “agua de mamá” y el “agua de papá”. No repetimos el credo “de papá”. ¡Repetimos el Credo de la Iglesia! Si queremos permanecer unidos. Si no, ¡está bien, adiós! ¿Hay alguien que nos obligue?

Me acuerdo de una señora, ya algo mayor y un poco quisquillosa, que una vez me preguntó: “Padre ¡¿pero usted bautiza a los niños en agua?!”. Yo le respondí: “¡Es que no tengo Coca-Cola!”. “¿Y lo unge con aceite?”. “No, con un trozo de comida rápida, o cualquier otra cosa semejante…”. Si hay alguien al que no le guste, ¿qué podemos hacer? En cambio, yo sé bien esto: “Aquel que no nazca del agua y del Espíritu, no entrará en el Reino de los Cielos”. Pero, ojo, que esto no es un certificado de garantía. Es decir que no nacemos y recibimos un pliego que dice: “Por medio del presente documento, doy fe de que yo, el ángel guardíán, he comunicado a los padres de este niño, que el susodicho alcanzará la edad suficiente para creer que lo sabe todo y elegir su propia religión”.

Nadie viene al mundo con piezas de recambio ni con un certificado de garantía. Luego, para evitar subirnos a la rampa y caernos, matamos a la muerte, que, indifirentemente de la edad, es un acto objetivo. Subjetivo es solamente el acto de asumir la muerte de la muerte.

(Traducido de: Părintele Constantin Necula, Bucuria darului, Editura Agnos, Sibiu, 2017, pp. 85-86)

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