A propósito de los cánones de penitencia
El médico le receta al enfermo determinados remedios, pero no para castigarlo, sino para ayudarlo a sanar. De igual manera, el padre espiritual prescribe los cánones, no para castigar, sino para sanar el alma.
La epitimía (amonestación) representa el canon que el padre espiritual le da a su discípulo. Estos cánones correctivos tienen su origen en los mismos inicios de la Iglesia. Recordemos las “pruebas” a las que eran sometidos los primeros cristianos, después de su confesión pública (como el caso de los lloradores, los postrados, los oyentes, etc., según se les permitiera participar en la Divina Liturgia). Estas “pruebas” eran parte inseparable de la Confesión. Con la consagración de la Confesión como misterio, todo ese procedimiento fue sustituido con las epitimías o cánones (ayuno, oración, postraciones y el veto a recibir la Santa Comunión) (Cánones 6 y 7 de San Juan el Ayunador).
Por ejemplo, acudes a confesarte y, al finalizar, tu padre espiritual te priva de comulgar el día de la Navidad. Al llegar tan importante fiesta, vas a la iglesia, y ves que son muchos los fieles que reciben la Santa Comunión. Pero a ti se te vedó hacerlo. “¿Por qué habría de volver a pecar?”, te preguntas. “¡De ahora en adelante, lo pensaré dos veces antes de cometer las mismas faltas!”. Así, la decisión de tu confesor te ha llevado a una contrición más profunda, lo cual significa que, si hubieras comulgado, no habrías alcanzado ese estado de arrepentimiento. Justamente por esta razón, para alcanzar una contrición mayor, fue que dichos cánones fueron establecidos. San Basilio el Grande dice: “Es muy vergonzoso que los enfermos del cuerpo confíen completamente en los médicos, aceptando de buen grado los remedios que estos les dan, o consintiendo inmediatamente ser operados o cauterizados; es decir, haciendo de los doctores sus más grandes benefactores, en tanto que a los padres espirituales que les prescriben los cánones necesarios para la sanación del alma los ven de otra manera, desconsiderándolos”.
Ciertamente, el médico le receta al enfermo determinados remedios, pero no para castigarlo, sino para ayudarlo a sanar. De igual manera, el padre espiritual prescribe los cánones o epitimías, no para castigar, sino para sanar el alma, para ayudar al fiel a volver a un estado de fe y contrición más profundo (cfr. Mateo 1, 20). “¿Qué medicamento te recetó tu padre espiritual?”, tendríamos que preguntarle al que se acaba de confesar.
Cuando no le prescribe el medicamento que requiere, o cuando le da uno equivocado, el médico responde por la vida de su paciente. Si el estado del enfermo empeora, o si muere, el médico es el responsable. San Pacomio el Grande dice: “Si nosotros, los confesores, no le damos a cada persona el medicamento adecuado para la salvación de su alma, de acuerdo con lo que dice la Santa Escritura (Habacuc 1, 5), seremos condenados por haber despreciado a nuestro hermano”.
(Traducido de: Arhimandritul Vasilios Bacoianis, Duhovnicul și spovedania, traducere din lb. greacă de preot Victor Manolache, Editura de Suflet, București, 2012, pp. 53-55)