Puede más la fuerza del bien…
El Señor quiere que ames aun en esas condiciones, que veas que el alma del otro está herida, como la tuya, y que, compadeciéndote de él, ores por su bien.
Cuando bendices (al otro), la realidad cambia, se transforma en un lugar de encuentro con Dios. Y, por ejemplo, en vez de sentir que ante ti se halla solamente alguien que te grita y te hace reproches, notas que ahí también está el Señor, Quien te da la capacidad de ver que te equivocaste y percibir la debilidad y la enfermedad espiritual del otro, y qué quiere Dios de ti en dicha situación.
Talvez tú quisieras —como es normal—, que el otro entienda que no tiene la razón, que se ha equivocado, que exagera y que tendría que dejar de hacerte sufrir. Pero el Señor quiere que ames aun en esas condiciones, que veas que el alma del otro está herida, como la tuya, y que, compadeciéndote de él, ores por su bien.
Si esa persona que tanto te estresa estuviera herida, si la hubiera mordido un perro y, por el dolor que siente y el temor que le invade, gritara y te golpeara con sus manos, justo cuando tu vienes a ayudarla, ¿te enfadarías con ella? ¡No, porque la misericordia y tu deseo de prestarle auxilio harían que no sinitieras el dolor! Pero sucede que somos incapaces de ver cómo sangra el alma de nuestro hermano, y por eso no nos compadecemos de él...
(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Uimiri, rostiri, pecetluiri, Editura Doxologia, Iași, p. 47)