¡Qué admirables son tus obras, Señor!
Sabemos, a partir de la Escritura y desde nuestra propia experiencia, que este cuerpo biológico no puede soportar el fuego del amor celestial que nos atrae hacia el Dios del Amor eterno.
Nuestro cuerpo debe ser honrado cual vaso o templo del Espíritu Santo (I Corintios 6, 15 u 19). Y, con todo, sabemos, a partir de la Escritura y desde nuestra propia experiencia, que este cuerpo biológico no puede soportar el fuego del amor celestial que nos atrae hacia el Dios del Amor eterno.
Y sobre el propósito del mundo creado —el cual, en un sentido más amplio, es semejante a nuestro cuerpo—, pensamos desde la misma perspectiva: nos encanta la inmensa riqueza de criaturas que lo habitan; el solo panorama de toda su belleza nos lleva a la admiración; nos abruma la inconmensurable sabiduría y la omnisciencia de su Creador, pero sabemos que también él (el mundo creado), considerado en su totalidad, es pequeño para el alma que ha conocido su parentesco con nuestro Creador.
(Traducido de: Arhimandritul Sofronie Saharov, Taina vieții creștine, Editura Accent Print, Suceava, 2014, p. 67)