¿Qué clase de amor aprendemos del Evangelio?
Aquel que por naturaleza es capaz de amar con fervor a su semejante, también debe esforzarse extraordinariamente para amarlo de la forma en que lo manda el Evangelio.
Ante el Evangelio no tiene ningún valor el amor engendrado por el movimiento de la sangre y desde los sentidos del cuerpo. ¿Y qué valor podría tener, cuando promete, con la sangre encendida, que entregará hasta el alma por el Señor, pero, al poco tiempo, cuando esa misma sangre se ha enfriado, jura que no lo conoce a Él? (Mateo 26, 33-35, 74).
El Evangelio se aparta del amor que depende del movimeitno de la sangre, de lo que siente el corazón físico. Dice: “No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él” (Mateo 10, 34-36).
La caída (de Adán) sometió el corazón al dominio de la sangre y, por medio de esta, al dominio del señor de este mundo. El Evangelio libera al corazón de esta esclavitud, de esta coerción, y lo conduce a la guía del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos enseña a amar a nuestro semejante como a algo santo. El amor encendido, alimentado por el Espíritu Santo, es fuego. Por este fuego se extingue el fuego del amor carnal, natural, físico, pervertido por la caída en pecado. (San Juan Climaco).
“Se engaña aquel que dice que puede tener estos dos amores”, insiste San Juan Climaco.
¡En qué caída se halla nuestro ser! Aquel que por naturaleza es capaz de amar con fervor a su semejante, también debe esforzarse extraordinariamente para amarlo de la forma en que lo manda el Evangelio.
Hasta el más encendido amor natural se convierte fácilmente en disgusto, en un odio implacable (II Reyes 13, 15). A lo largo del tiempo, os hombres se han demostrado el amor natural incluso con un puñal. ¡Cuántas heridas tiene nuestro amor natural! ¡Qué herida tan profunda hay en su cuerpo, es decir, el pecado y las pasiones! El corazón dominado por las pasiones está siempre dispuesto a cualquier iniquidad, a cualquier crimen, con tal de satisfacer su enfermo amor.
(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, Despre înșelare, Editura Egumenița, Galați, 2010, pp. 138-139)