Si no somos capaces de desear la muerte, debido a nuestra frialdad frente a Cristo y al amor que tenemos por lo banal, al menos pensemos en ella como si se tratara de un medicamento amargo para nuestros pecados, ya que, el sólo mencionar la muerte —como solían decir los Santos Padres— llena el alma y corta de tajo la amistad con el pecado y sus manifestaciones

“Sólo el que piensa en su propio final”, dijo un piadoso padre, “puede poner también fin a sus propios pecados”. “Piensa siempre en lo que habrá de venir”, dice la Escritura, “y dejarás de pecar por siempre”.

(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, Cuvinte către cei care vor să se mântuiască, traducere de Adrian și Xenia Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, Bucureşti, 2000, p. 48)