¿Qué debo hacer cuando me sienta enfadado, triste, sin ánimo…?
Es un estado en el que no siento ninguna alegría y no soy consciente de haber nacido para la alegría.
Cuando analizamos nuestros distintos estados espirituales, podemos hacernos una idea de cuál de ellos es perjudicial y también podemos elegir estar sanos, clamando al Señor, elevándole nuestras plegarias.
Si me siento indispuesto espiritualmente, si me siento agitado, si siento que me enfado con facilidad, sin importar lo ocupado que me encuentre, o me siento aburrido, no es algo normal y debo ser consciente de ello. Entonces, dándome cuenta de lo que me pasa, reconoceré que no es algo propio de una persona normal, de una persona íntegra. Es un estado en el que no siento ninguna alegría y no soy consciente de haber nacido para la alegría. ¡Y tengo que hacer algo para cambiar dicha situación! ¿Qué? En primer lugar, decir: “¡Señor, ten piedad! ¡Señor, ten piedad!”. Y todo empezará a cambiar.
Puede que siga sintiéndome enfadado o enfadada cuando mi cóngyuge no vuelva temprano a casa. Pero esto es cosa de la parte pasional del alma, de mi propia psique; es una perturbación de mis sentimientos y, entonces, se los muestro al Señor para que los ilumine con Su Gracia. Necesitamos entender que las emociones son reacciones de nuestra psique y que esa es su función. ¿Por qué? Porque nos anuncian, nos dan fuerzas para asumir una actitud ante lo que nos hace bien o mal. Lo malo es cimentar nuestra vida sobre ellas.
Cuando tenemos relaciones basadas en la reciprocidad: me amas, te amo; me miras mal, te miro mal… hacemos un infierno de nuestra convivencia con los demás. Luego, para librarnos de eso, tenemos que trabajar en los mandamientos, para purificar nuestra alma, nuestros sentimientos y nuestra mente. De lo contrario, no llegaremos al encuentro consciente y lúcido con Dios en nuestro corazón. Sí, Dios está “oculto en Sus mandamientos”; no podemos verlo y sentirlo, si antes no purificamos nuestra mente y nuestra alma por medio de dichos mandamientos.
Tenemos que estar atentos a la forma en que ponemos en práctica los mandamientos y a cómo ellos nos purifican el alma y los sentimientos.
(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Deschide cerul cu lucrul mărunt, Editura Doxologia, 2013, p. 18)