¿Qué debo hacer para que no me afecten las ofensas de los demás?
“Ofrecí Mi espalda a los que me golpeaban, y Mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré Mi rostro cuando me vejaban y escupían” (Isaías 50, 6). Y tú, miserable alma, ¿por un insulto o una afrenta empiezas a urdir miles de pensamientos, perjudicándote a ti misma, como lo desean los mismos demonios? Mira la Cruz de Cristo, los sufrimientos que Él soportó por nosotros.
«En verdad», dijo el abbá Zósimo, «el que busca el camino estrecho, se reprende a sí mismo cuando se enfada y se amonesta una y otra vez: “¿Por qué te enfureces, alma mía? ¿Por qué te turbas y rechinas los dientes? ¡Con esto solamente demuestras que estás enferma! ¡Si no lo estuvieras, no te afectaría! ¿Por qué, en vez de reprenderte a ti misma, te enciendes en contra de tu hermano que te ha mostrado tu enfermedad? ¡Aprende a cumplir con los mandamientos de Cristo!”. Él, “siendo insultado, no respondía; sufriendo, no amenazaba” (I Pedro 2, 23). Mira lo que dice Él Mismo: “Ofrecí Mi espalda a los que me golpeaban, y Mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré Mi rostro cuando me vejaban y escupían” (Isaías 50, 6). Y tú, miserable alma, ¿por un insulto o una afrenta empiezas a urdir miles de pensamientos, perjudicándote a ti misma, como lo desean los mismos demonios? Mira la Cruz de Cristo, los sufrimientos que Él soportó por nosotros. Todo eso lo leemos cada día, ¡pero somos incapaces de soportar un solo insulto! Haciendo esto, nos apartamos del camino correcto».
Otra vez, le preguntaron:
—¿Cómo es posible que alguien no se enfade cuando los otros lo humillan y ofenden?
Y respondió:
—El que se considera menos que nada, no se ofende jamás. Acuérdate de lo que dijo el abbá Pimeno: “Si te humillas a ti mismo, encontrarás la paz”.
(Traducido de: Glasul Sfinţilor Părinţi, traducere de Părintele Victor Mihalache, Editura Egumeniţa, 2008, pp. 157-158)