Palabras de espiritualidad

¡Que el Señor sea alabado entre Sus santos!

  • Foto: Ioana Stoian

    Foto: Ioana Stoian

Esta noche fuiste operada, en presencia de la Madrecita del Señor... Te acabo de quitar todo lo malo que tenías (el fibroma). Por favor, ve mañana al consultorio y pídeles que te hagan una nueva ecografía. Verás que ya todo ha sanado”.

«Para mí, que entonces tenía cuarenta y tres años, el 2001 fue muy duro, porque en noviembre me diagnosticaron una “metropatía hemorrágica, fibroma uterino”. Me sometí al tratamiento recomendado en el Hospital Clínico-Militar Central de Urgencia de Bucarest y en la Policlínica Elías, pero mi estado de salud seguía deteriorándose día tras día. Me hicieron varias ecografías y cada una salía peor que la anterior. De hecho, cada vez me sentía más débil y no sabía cuánto me quedaba de vida. Pero, nuestro Buen Dios, Quien obra por medio de Sus santos taumaturgos y anárgiros, me sanó de una forma milagrosa.

Luego de varios meses sufrí una hemorragia que duró dieciocho días. Ni siquiera podía caminar. Entré en pánico. Llamé inmediatamente a urgencias para que me enviaran una ambulancia. Me respondieron que en ese momento no me podían ayudar, porque ese día, en noviembre de 2002, estaba de visita en el país el presidente de los Estados Unidos y todos los servicios estaban enfocados en aquel importante evento. No me quedó otra que llamar a mi prima, que era enfermera en una policlínica, para que viniera a recogerme con un taxi, porque me sentía muy, muy mal. ¡Gracias a Dios, vino acompañada de una ambulancia, que justamente pasaba por esta zona!

Me llevaron a la Policlínica Elías y, al entrar, la doctora me regañó con dureza, diciéndome que le asombraba cómo aún estaba viva, después de una hemorragia tan fuerte. Me examinó y me dijo que había que operarme lo antes posible, para evitar una septicemia. Completó el formulario correspondiente y me remitió al Hospital Elías. Preocupada por no tener las posibilidades económicas para costearme esa cirugía, le pregunté a la médico en qué consistiría la operación, y ella me respondió que era necesario quitarme el útero.

Le agradecí a Dios por todo, tomé el formulario y me fui a mi casa, pensando en qué hacer y de dónde sacar el dinero necesario para la intervención. De noche, llena de fe y esperanza en nuestro Buen Dios y en la Santísima Virgen María, me puse a orar con toda el alma: “Señor, sé que me amas. Te suplico, apiádate de mí, que soy una pecadora; mitiga mi dolor y si aún hay algo que deba hacer en este mundo, te pido que me concedas seguir viviendo. Y si no, ¡haz que muera haciendo sólo Tu voluntad!”

Me acosté a las tres de la mañana, hasta que una luz muy potente y un agradable aroma a mirra me despertaron. Vi que la hemorragia se había detenido, y entendí que la operación ya no era necesaria. A media mañana fui con una amiga al Monasterio Curtea de Argeş, para venerar a la Santa Mártir Filotea. Nos quedamos para participar del oficio de la Santa Unción, y al salir me llevé un ejemplar del Himno Acatisto a los Santos Taumaturgos y Anárgiros Cosme y Damián, y otro del Acatisto a San Nectario. Esos días oré con el Acatisto a San Nectario, y el viernes fui a venerar sus reliquias al Monasterio Radu Vodă. Allí, le pedí: “San Nectario, te ruego que intercedas ante nuestro Buen Dios y ante la Santísima Madre del Señor para que me ayuden en esta prueba tan difícil. No sé quién eres... pero te pido que hagas conmigo lo que Dios hizo contigo”. Un monje me ungió con un poco de aceite de la veladora que está frente a sus reliquias y sentí una paz, una serenidad y una alegría inmensas.

Ese viernes, mientras dormía, San Nectario se me apareció en un sueño. Se me acercó y, lleno de afecto, me dijo: “Esta noche fuiste operada, en presencia de la Madrecita del Señor... Te acabo de quitar todo lo malo que tenías (el fibroma). Por favor, ve mañana al consultorio y pídeles que te hagan una nueva ecografía. Verás que ya todo ha sanado”.

Me quedé sorprendida, porque, en verdad, me sentía muy bien. Al levantarme, me dirigí a la Policlínica Elías y, obedeciendo lo ordenado por San Nectario, le pedí a la doctora que me hiciera una nueva ecografía, pero sin contarle nada de lo que había pasado la noche anterior.

Empezó a hacerme la ecografía e inmediatamente me felicitó por haberme sometido a una cirugía, afirmando que la operación ya estaba cicatrizada y que no quedaba nada de aquel fibroma. Nada.

Al escuchar esas palabras, no pude evitar echarme a llorar, agradeciéndole a nuestro Buen Dios, a la Santísima Virgen y a San Nectario por todo el auxilio recibido.

Aunque ya pasaron varios años desde ese milagro, aún me parece increíble que me haya ocurrido algo así. ¡Desde entonces, el problema desapareció por completo! Dios es bueno y maravillosas son Sus obras. ¡Que el Señor sea alabado entre Sus santos!».

(Gheorghiţa Ozunu, Bucarest)

(Traducido de: Sfântul Nectarie minuni în România, ediție îngrijită de Ciprian Voicilă, Editura Egumenița, 2010, pp. 140-142)