Palabras de espiritualidad

¿Qué ganamos cuando los demás nos decepcionan?

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

El llamado que nos hace nuestro Señor Jesucristo para “amar así como Él nos amó” cambia radicalmente el conformismo y lleva al sacrificio, a la negación de “nuestro propio yo”. Sólo entonces eres capaz de entender tu ínfimo amor y Su inmenso amor. Conoces, desde el dolor de la decepción, que tu amor tiene límites y que el Suyo no los tiene. De esta manera, el medicamento de la frustración es necesario, para poder purificarte aún más. Si amas y das, sin esperar nada a cambio, entonces lo tienes ya todo.

El devenir de la vida, como puede verse, está lleno de muchas sorpresas y oscilaciones. Muchos de nuestros cálculos y planes se quedan sin cumplir, mientras se siguen sucediendo los diferentes momentos en nuestra vida. Sin embargo, creo que nada de eso es tan doloroso como la decepción que otros nos pueden provocar. Ciertamente, siempre esperarás que los demás te amen así como tú los amas, recibir en la misma medida que das, ser acompañado así como tú acompañas.

Qué fuerte es el dolor de la decepción... Pero también tiene un valor terapeútico inconmensurable. Pero, atención, que si caes en la desesperanza, te destruyes. Tu mundo interior se siente ofendido, revuelto, perturbado. Si eres capaz de soportar la decepción, verás cómo ese dolor se convierte un medicamento que sana las frustraciones, tus desaciertos, tus errores. Sobre todo, “atravesando” el amor propio.

Por eso, si amas y das, esperando que el otro haga lo mismo, es que no amas y no das como es debido.

El llamado que nos hace nuestro Señor Jesucristo para “amar así como Él nos ama” cambia radicalmente el conformismo y lleva al sacrificio, a la negación de “nuestro propio yo”. Sólo entonces eres capaz de entender tu ínfimo amor y Su inmenso amor. Conoces, desde el dolor de la decepción, que tu amor tiene límites y que el Suyo no los tiene. De esta manera, el medicamento de la frustración es necesario, para poder purificarte aún más. Si amas y das, sin esperar nada a cambio, entonces lo tienes ya todo.

Si nada en nuestra vida es casual, entonces los sucesos agradables, pero especialmente, los desagradables, tienen un propósito.¿Cuál? Lo conocermos tarde o temprano. Con certeza lo sabremos “el día siguiente a la revelación del Señor”, cuando todo será revelado. Conoceremos, ante todo, el amor de Dios que estaba oculto en Sus dones. De igual manera, Sus beneficios visibles e invisibles que nos fueron llevando al crecimiento espiritual.

Y al entender que nuestro crecimiento espiritual no podría tener lugar sin esfuerzo, dolor y pruebas, percibiremos, desde esta vida, el sentido de las decepciones que nos ha tocado vivir. Entenderemos, también, el sentido del silencio y la aquiescencia de Dios, Quien ha permitido que el dolor venga a nosotros, para que pudiéramos avanzar en nuestra vida espiritual, acercándonos a Él en verdad, viviendo con Él y vinculándonos realmente a los demás, amándolos así como son, amándolos “así como Él nos amó”.