¿Qué hacer con las bromas y conversaciones indecentes?
Lo que debes hacer es comportarte de una manera tal que los demás se avergüencen de tan sólo sugerir alguna cosa indecente en tu presencia.
El primer consejo para la lucha contra los pensamientos impuros es evitar participar en toda clase de conversaciones y bromas obscenas. Si no puedes impedir que tu interlocutor hable de esas cosas, al menos no lo alientes a que lo haga, ni siquiera con una sonrisa. En esos momentos, lo que debes hacer es repetir la “Oración de Jesús” con tu mente. Te pondré un ejemplo. He tenido la oportunidad de conversar con muchos soldados, y la mayoría de ellos me han contado que el mejor método para mantenerse “limpios” de vulgaridades y obscenidades, aún estando acantonados, era orar todo el tiempo con la mente. Entonces, como cristiano, lo que debes hacer tú es comportarte de una manera tal que los demás se avergüencen de tan sólo sugerir alguna cosa indecente en tu presencia. Para esto no hace falta que digas que eres un creyente, sino solamente conservar la pureza del alma y un permanente estado de oración. En tales situaciones, la “Oración de Jesús” no solamente te protegerá de toda impureza, sino que también iluminará a quienes estén junto a ti. Esta oración es el arma que debemos utilizar en la guerra invisible, que es una lucha de Cristo por nuestra purificación y la de todos los demás.
Segunda regla: no mires películas con contenido erótico, aunque te parezca que eres lo suficientemente mayor para poder hacerlo, ni participes en círculos de canto para aficionados, en cuyo repertorio se incluya piezas con versos procaces. Asimismo, elige bien lo que lees.
Generalizando la experiencia espiritual de los Santos Padres, descrita en la Filocalia, recordaré que la mente humana no es capaz de mantenerse libre de preocupaciones: o se entrega a los pensamientos más triviales, incluso a los más impuros, o se esmera en la oración y el trabajo, reflexionando sobre cosas verdaderamente constructivas y enaltecedoras.
Para esta forma de pecado se aplica el proverbio: “La desidia es la madre de todos los pecados”.
(Traducido de: Pr. Prof. Gleb Kaleda, Biserica din casă, Editura Sophia, București, 2006, pp. 219-220)