Que mi oración sea como incienso en Tu presencia
Debido a que el hombre está constituido por cuerpo y alma, es necesaria la participación de ambos elementos en la oración.
Este canto litúrgico es parte del Salmo 140 de David: “Que mi oración sea como incienso en Tu presencia, y mis manos alzadas, la ofrenda de la tarde” (Salmos 140, 2). ¿Por qué es necesario pedirle a Dios que nuestra oración se eleve a Él? Porque sabemos que, por medio de la oración, el hombre se mantiene en comunión con Dios y, a la vez, por medio de la oración nos unimos en un solo pensamiento con Él. Si no desciende de la mente al corazón, la oración —que, de acuerdo a la enseñanza de los Santos Padres, es el trono de la Gracia— se quedará sin fuerza, infértil, inútil. Y es que la mayoría de las veces no sabemos orar. Por eso, necesitamos de un guía, algo que nos enseñe cómo orar y en qué estado debemos presentarnos con nuestra alma y cuerpo, para elevar una buena oración.
Después se nos muestra el modo en que debe hacerse la oración, alzando las manos. Este gesto litúrgico brota de la devoción del que ora. Es una manifestación de la fe y la esperanza en la Providencia de Dios. Debido a que el hombre está constituido por cuerpo y alma, es necesaria la participación de ambos elementos en la oración; así, el alma se humilla con el arrepentimiento, en tanto que el cuerpo presenta su ofrenda de la tarde, alzando las manos al cielo.