¿Qué pides de mí, Señor, para seguirte?
Cuando el hombre se niega a sí mismo por Cristo, cuando renuncia a su alma, a su razón y a su “yo” pecador, se confía totalmente y se entrega al Señor, muere por Él y siembra la semilla de su persona en Él.
¿Cuál es, de hecho, la petición de nuestro Señor Jesucristo a cada persona, como una condición para seguirle? Es una y solamente una: que renuncie a sí mismo y tome su cruz: “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo [ἀπαρνησάσθω ἑαυτόν], que cargue con su cruz y que me siga”. La negación de uno mismo significa renunciar totalmente a la realidad psico-física de nuestro ser pecador, es decir, renunciar a lo que hay en nuestra alma, a nuestra voluntad, a nuestra razón, a nuestro “yo”, a nuestra norma de vida —y de pensamiento— antropocéntrica y egoísta. El hombre realiza esto, cuando, con en el trabajo de la fe en Cristo, renunciando a sí mismo, se crucifica para el pecado y para todo lo que hay de pecador en él y a su alrededor. Muriendo para el pecado y para la muerte misma, vive para nuestro Señor Jesucristo, Quien no tiene mancha y es eterno.
Por otra parte, la razón se niega a sí misma cuando deja de creerse la fuente de la verdad, existente por sí misma, la medida y la guía de la verdad, y por la acción de la fe que renuncia a sí misma y se entrega a nuestro Señor Jesucristo para que sea su creador, su medida y su guía hacia la verdad. El hombre se guarda para la vida eterna, solamente si, por medio de la acción de la fe, se ofrenda a sí mismo, si pierde su alma y se la entrega a Cristo, para encontrarla nuevamente en Él, pero renovada y revestida con la Gracia, libre de la muerte y eternizada. Y este es juntamente el sentido de las palabras del Señor: “Pero el que pierda su alma por Mí [εὑρήσει αὐτήν], la encontrará, la salvará [σώσει αὐτήν], la conservará para la vida eterna [εἰς ζωήν αἰώνιον φυλάξει αὐτην]”. Cuando el hombre se niega a sí mismo por Cristo, cuando renuncia a su alma, a su razón y a su “yo” pecador, se confía totalmente y se entrega al Señor, muere por Él y siembra la semilla de su persona en Él. Y, entonces, en las profundidades de la Gracia Divina de Cristo, la semilla de la persona humana se rompe, se transforma, se descompone, se deshace de todo lo que es pecador y perecedero, se libera del desapego egoísta y de la soledad, muere para todo lo que es pasajero y pecador, y el Señor, que tanto ama a la humanidad, le insufla la inmortalidad, la eterniza con Su eternidad, la llena con Su verdad, y con esto la hace capaz de dar muchos frutos espirituales.
(Traducido de: Sfântul Iustin Popovici, Dogmatica Bisericii Ortodoxe, volumul I, Editura Doxologia, Iași, pp. 66-67)