Palabras de espiritualidad

¿Qué vio San Macario cuando sus dos discípulos oraban?

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Con los ojos entreabiertos, el padre Macario pudo ver cómo aparecía un grupo de demonios con aspecto de moscas, y venían a molestar al monje más joven, posándose sobre sus ojos y su boca (provocándole bostezos y un cierto letargo),

San Macario de Egitpo fue un día a visitar a dos discípulos suyos, para comprobar su crecimiento en la vida ascética agradable a Dios. Al llegar la noche, oró para que el Señor le revelara lo que deseaba conocer. Como ya era tarde, los dos monjes se tendieron sobre una estera, y el anciano se acostó en un rincón de la celda, sobre una estera más pequeña. Con el paso de los minutos, el anciano Macario fingió quedarse profundamente dormido. Entonces, el monje de más edad despertó cuidadosamente al otro y ambos se levantaron. Hicieron algunas postraciones y, alzando las manos al cielo, empezaron a orar en silencio. Con los ojos entreabiertos, el padre Macario pudo ver cómo aparecía un grupo de demonios con aspecto de moscas, y venían a molestar al monje más joven, posándose sobre sus ojos y su boca (provocándole bostezos y un cierto letargo), En ese momento, apareció también un ángel de Dios, quien, con una espada de fuego, se puso a apartar los demonios.

En lo que respecta al monje de más edad, los demonios no se atrevían a acercársele. Al cabo de algunas horas, el anciano se levantó, y los monjes también hicieron como si se despertaban de un largo sueño. El monje mayor le preguntó al padre Macario: “¿Padre, quiere que leamos los 12 Salmos?”. El abbá respondió: “¡Por supuesto!”. Y el más joven empezó a leer y a cantar, y, después de cada versículo, de su boca salía como una lengua de fuego que se elevaba al cielo y desaparecía. Después vino el turno del más grande, y de su boca salía como una llama aún más grande, que se alzaba directamente hasta el cielo. Cuando terminaron de recitar los Salmos, el anciano Macario se despidió de ellos, diciéndoles: “¡Oren por mí!”. Ellos se postraron ante él y después lo vieron partir.

(Traducido de: Protosinghelul Nicodim Măndiţă, Luxul şi împodobirile ruinează sufletul, Editura Agapis, 2011, p. 187)