Palabras de espiritualidad

¿Quién manda a quién? ¿El hombre al dinero, o el dinero al hombre?

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

El dinero puede humillar, controlar, comprar personas, pero no a quienes tienen a Cristo como Soberano.

Para la sociedad actual, el valor de la persona depende de la cantidad de cosas que posea, es decir, de la medida de su patrimonio, en el cual están incluidas, obligatoriamente, también algunas almas. La inteligencia y la sabiduría se resumen a la capacidad del hombre de obtener una ganancia, indiferentemente de los métodos utilizados para lograrlo. En pocas palabras, tu nivel de riqueza demuestra lo inteligente que eres.

El dinero te da un agregado de notoriedad, un modo de inspirar temor y un punto de respeto, pero ¿ante quiénes? Ante aquellos que tienen la escala de valores al revés, nada más. El dinero puede comprar almas, pero no cualquier alma, sino solamente esa que no tiene a Dios. El dinero puede humillar, controlar, comprar personas, pero no a quienes tienen a Cristo como Soberano.

El hombre contemporáneo, anclado en la realidad material, atrapado en el angosto y limitado contexto de la razón terrenal, encuentra rápidamente el amor. Posteriormente, descubre que se trata de un amor viciado y destructor, que transforma el propósito de la vida en un objetivo fallido e ilusorio, indiferente de sus consecuencias. Partiendo de principios totalmente equivocados, el hombre se transforma en un animal salvaje, en una fiera hambrienta, todo el tiempo preparada para ir de caza. Este “depredador” es el más perverso de los seres vivientes, porque jamás consigue saciarse, por más que se alimente.

No conozco otras palabras que se expliquen todo lo anterior con tanta claridad y sencillez, como aquellas que dejara escritas el gran Dostoievski: “Todo el mundo tiene derecho a la felicidad, pero nadie tiene derecho a basarla en la desgracia ajena, en la burla o en la injusticia cometida a otros”.

De lo contrario, lo que resulta es el esnobismo, la opulencia, la grandiosidad y la voracidad sin justificación alguna, sin forma, sin sustancia, sin fundamento. Estos son solamente algunos de los síntomas visibles del hombre moderno, tan frecuentes en la sociedad actual. “Frustraciones maquilladas lujosamente”, o los primeros síntomas de una enfermedad crónica del alma.

“¿Por qué se envanece el que es solamente polvo y ceniza?” (Sirácides)

Las enfermedades devienen en “virtudes”, de las que el hombre moderno hace alarde, con una actitud de superioridad y una abundante arrogancia, respirando un aire distinto y gravitando alrededor de su egocentrismo desmedido. incapaz de ver su condición real. Pero todo esto tiene lugar según su propia percepción y la de aquellos que tienen el dinero como medida. Por fuera, se observa fácilmente quién posee a quién: ¿el hombre al dinero, o el dinero al hombre?

“La enfermedad del siglo es la gula”, dice una doctora. En ella tienen su origen una gran cantidad de enfermedades físicas, que encontramos mencionadas en los textos de San Juan Crisóstomo: “¿Es posible que haya alguien más infeliz que el codicioso, quien vive vencido por el temor y toda clase de preocupaciones?  (...), cuando gana, no se alegra, porque quiere tener mucho más (...), no tiene amigos, sino solamente esos de los que obtiene un beneficio (...). Odia a los pobres, porque le piden su ayuda, y envidia a los ricos porque quisiera tener lo mismo que ellos (...) Mira todo en términos de dinero, porque todo lo mide con el dinero”.

Pero la realidad es radicalmente diferente. El valor del hombre no está dado por la riqueza, sino por los principios sobre los que camina, inquebrantable ante el cambio de moneda, la dignidad que está por encima de los intereses financieros, la ayuda humilde que ofrece —sin esperar nada a cambio—, el esfuerzo que pone en multiplicar sus talentos —aunque no le representen ningún provecho económico—, la fuerza de las virtudes, sin calcular el costo de oportunidad.

Un buen consejo, ofrecido en un momento de debilidad, unas palabras de orientación dichas con el corazón en una situación crítica, una exhortación categórica a salir del mal camino, una manta tendida para salvar al alma que se ahoga en las agitadas aguas de esta vida, un grito poderoso que puede hacer que un “ciego” cambie de dirección cuando se dirige al abismo… cualquiera de esas cosas tiene un valor mucho más grande que la mitad de la hacienda del hombre más opulento del mundo.

Si acrecientas y acentúas estos valores espirituales, obtendrás mucho más que cualquier riqueza terrenal. ¡Obtendrás a nuestro Señor Jesucristo en tu alma! La felicidad que nos da acogerlo en nuestro interior no puede ser medida por la lógica. ¡Solamente con Cristo puedes encontrar el Camino, la Verdad y la Vida!

“Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Juan 10, 10)

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