¿Quién mora en el corazón del que es humilde?
Ya que la humildad es una virtud tan grande y sin la cual no podemos salvarnos, debemos renunciar a toda nuestra diabólica soberbia, buscando hacernos realmente humildes.
Del mismo modo en que sin fe es imposible salvarnos, también lo es si nos falta la virtud de la humildad. Ciertamente, sin humildad, ninguna de las demás virtudes podría sernos de provecho. Porque hasta los mismos demonios creen y se estremecen, y dan testimonio de que el Hijo de Dios es Dios verdadero, pero no les sirve de nada, sencillamente porque les falta la virtud de la humildad. El hombre que tiene humildad también es capaz de realizar buenas acciones, y en su interior mora Dios-Espíritu Santo, como dice el autor de los Proverbios: “En un corazón humilde habita con dulzura el Espíritu del Señor”. En el oscuro corazón del orgulloso, quien reside es el maligno.
El profeta David, después de que, por orgullo, cayó en dos pecados mortales —el desenfreno y el asesinato—, se arrepintió, lloró, veló, ayunó, y en ningún momento proclamó haber sido librado de su pecado por parte de Dios, por el simple hecho de haberse arrepentido, llorado y ayunado. Al contrario, dijo: “Me humillé y Dios me salvó”. El que no se humilla, tampoco se arrepiente. El orgulloso no se arrepiente jamás, y si se arrepiente, su contrición no es verdadera ni sincera, sino mentirosa. Si ora y ayuna, o si realiza algún bien, lo hace con falsedad, artificialmente, como los fariseos, para que los demás lo vean...
Ya que la humildad es una virtud tan grande y sin la cual no podemos salvarnos, debemos renunciar a toda nuestra diabólica soberbia, buscando hacernos realmente humildes. Recordemos que el sabio Isaac el Sirio la llama “vestidura divina”, porque con ella se atavió el Hijo Unigénito y Palabra de Dios Padre, descendiendo de los Cielos para salvarnos.
(Traducido de: Părintele Filotei Zervakos, Mărturisirea credinței ortodoxe, Editura Bunavestire, Galați, 2003, p. 34)