Palabras de espiritualidad

¿A quién queremos contentar, a nuestro ángel guardián, o a los espíritus impuros que nos tientan a cada paso?

    • Foto: Ioana Zlotea

      Foto: Ioana Zlotea

Cuando el cristiano vive con rectitud, el ángel de Dios se alegra; pero, cuando el hombre empieza a robar, a mentir, a embriagarse, a dejar de asistir a la iglesia, a montar en cólera o a ser avaro, el ángel de Dios se llena de tristeza.

Cada cristiano ortodoxo recibe, por parte de Dios, un ángel guardián para toda la vida, pero que puede apartarse de nosotros por causa de nuestros pecados. Tal como las abejas huyen con el humo y las palomas cuando sienten un mal olor, también el ángel custodio se aparta cuando ve que son muchos nuestros pecados, como la embriaguez, el desenfreno, la ira, el odio y todas las demás maldades. Por eso fue que el profeta David dijo: “Él no permitirá que tropiece tu pie, ni que se duerma tu guardián” (Salmos 120, 3). Es decir que no dejará que tus pies vacilen, impidiéndoles llevarte a los juegos de azar antes que a la iglesia, o que ames las cosas del mundo antes que a las Santas Escrituras.

Cuando el cristiano vive con rectitud, el ángel de Dios se alegra; pero, cuando el hombre empieza a robar, a mentir, a embriagarse, a dejar de asistir a la iglesia, a montar en cólera o a ser avaro, el ángel de Dios se entristece, y los demonios “bailan” de regocijo, trayéndole toda clase de tribulaciones. Por eso, San Basilio el Grande dice: “Los ángeles escriben los nombres de todos los que entran en la iglesia sin ira y maldad, así como los nombres de aquellos que oran y ayunan”. Así, hermano, ¡procura que tu ángel te anote entre los virtuosos! Como dije antes, a cada fiel se le da un ángel, que escribe todas nuestras buenas acciones. En el caso de los que no creen, cada país tiene un solo ángel de Dios, como dice la Escritura: “Dios fijó las fronteras de los pueblos según el número de Sus ángeles” (Deuteronomio 32, 8).

Entonces, estemos atentos, porque dos ángeles acompañan siempre al hombre: uno, justo, y otro que pertenece a las huestes del demonio. El ángel de Dios es manso, callado, misericordioso y sutil, en tanto que el espíritu del mal es irascible, lleno de maldades y de odio a la humanidad. Aprendamos a reconocerlo, para poder apartarlo inmediatamente y evitar que entre en nuestra alma. Al contrario, abramos siempre nuestro corazón al ángel de Dios, para que nos guíe a la verdad y nos libre de las artimañas del maligno.

(Traducido de: Cuvinte de la Sfinții Părinți vol. I, Editura Episcopiei Romanului, 1997, pp. 48-49)