¿Quiénes somos por dentro y por fuera?
Si el hombre interior no se instruye en la ley de Dios, si no se alimenta de ella ni se fortalece por medio de la lectura y la oración, entonces es que ha sido vencido por el hombre exterior y le sirve sólo a él.
La práctica de nuestras buenas obras puede compararse con el acto de sembrar, y tiene dos partes: una en el hombre exterior, y otra en el hombre interior, aunque con frutos diferentes. El que siembra en las cosas del cuerpo, de éste cosechara sólo corrupción, pero el que siembra en las cosas del espíritu, cosechará la vida eterna.
La siembra del hombre exterior y su cosecha en este mundo tiene tres formas: el desenfreno carnal, el desenfreno con los ojos, y la soberbia. Si el hombre interior no se instruye en la Ley de Dios, si no se alimenta de ella, ni se fortalece por medio de la lectura y la oración, entonces es que ha sido vencido por el hombre exterior y le sirve sólo a éste.
A partir de lo anterior podemos enumerar todo aquello que le produce placer al hombre exterior, pero que desagrada a Dios: el orgullo, la ambición, la gula, la necesidad de satisfacer ciertos deseos, la verborrea, la risa, el jolgorio, la embriaguez, la maldad, la artería, la mentira, la envidia, la pereza y otros. Estos son los frutos de la siembra en el cuerpo... porque la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de Dios.
Pero si el alma aprende la ley del Señor, y el cuerpo se somete con humildad al alma, entonces otros aspectos se hacen evidentes: el amor a Dios y al prójimo, la armonía con los demás, la mansedumbre, la simpleza, la devoción, la misericordia, la modestia, la sobriedad, la pureza, la bondad, y otros. Estos son los retoños del Espíritu Santo y nos muestran lo que representa sembrar en el alma.
En esta efímera vida, nuestros hechos son las semillas de lo que cosecharemos en la vida futura. Cada uno cosechará, en el más allá, lo que haya sembrado aquí. Y el que se preocupe en sembrar con cuidado, enriqueciendo la tierra de su corazón y plantando en él los granos de la cosecha eterna, puede esperar encontrar el gozo y descanso eterno. Porque el que siembra con lágrimas de contrición, con alegría cosechará (Salmo 125, 5) y, entonces, se saciará (Salmo 16,15), como dice el Profeta, porque después del trabajo bien hecho viene un feliz descanso. Mas a ése que no trabaja con perseverancia, el descanso y la abundancia le son retenidos. Porque ha sido dicho: el que no trabaja, que no coma.
(Traducido de: Filocalia de la Optina, traducere de Cristea Florentina, volumul I, Editura Egumenița, Galați, 2009, pp. 141-142)