¡Quiero limpiar mi alma de pecados! ¡Señor, enséñame cómo!
No es posible tener esta clase de pensamientos y anhelos, si la Gracia de Dios no viene a nosotros
“Padre”, comencé con un tono serio, “últimamente me siento lleno de un anhelo fuerte, enviado por Dios, creo, de purificarme completamente. Veo las pasiones luchando en mi interior, veo cómo mi corazón es como una jungla que alimenta toda clase de fieras, dominada por el demonio, que hace lo que quiere. Quiero librarme de este terrible estado. Quisiera entregarle mi alma solamente a Dios... quisiera que Él la iluminara. El astuto demonio ha hecho lo que ha querido con ella por mucho tiempo. Así, quiero dejar atrás todo eso, pero no sé cómo. ¿Me escucha, padre? ¡Quiero alcanzar la pureza! ¡Enséñeme cómo hacerlo! ¡Estoy listo para obedecer sin rechistar lo que usted me diga!”.
Comencé despacio, pero luego no pude evitar gritar y llorar. Mis últimas palabras seguramente sonaron como un trueno en los oídos de aquel asceta... ¡tan fuertemente me puse a gritar! Por un instante, él se quedó callado. Me observó lleno de amor; sólo los monjes tienen esta clase de amor y saben cómo demostrarlo. Me dio la impresión que esto no debía preocuparme, porque se trataba de algo bendito.
“Es evidente”, me dijo, “que, cuando atravesamos un estado semejante, el Espíritu Santo ha venido a obrar en nuestro interior. Así es como damos los primeros pasos en el camino del conocimiento de Dios (theoria). Si la perfecta visión del mundo eterno produce un efecto inefable en el alma, el arrepentimiento y la conciencia de nuestros pecados son para el alma un “fuego purificador”. El arrepentimiento y el deseo de purificar el alma de todos sus vicios son momentos de la Gracia. Sólo cuando ésta entra en nuestro interior podemos ver nuestra miseria y darnos cuenta de cuán lejos estamos de Dios, para luchar por alcanzarlo. No es posible tener esta clase de pensamientos y anhelos, si la Gracia de Dios no viene a nosotros.”
El stárets era un sabio mentor, un experimentado padre espiritual, un hombre verdaderamente lleno de la Gracia. Sabía, cual médico experto, cómo tranquilizarte, cómo llenarte de paz, cómo darte el medicamento adecuado, no para contentarte en tu egoísmo, sino para librarte de él, y curarte.
“Una vez reconocido este aspecto”, continuó él, “debo mostrate algunos medios, o, mejor dicho, el más simple de ellos. No creas que te voy a recargar con cuestiones complicadas. No. La 'Oración de Jesús', ese 'Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador', ese grito incesante a Dios nuestro Salvador, es lo que nos purifica el alma.”
(Traducido de: Mitropolitul Ierothei Vlahos, O noapte în pustia Sfântului Munte – Convorbire cu un pustnic despre Rugăciunea lui Iisus, traducere de Călin Cosma, Maxim Monahul și Radu Hagiu, Editura Predania, București, 2011, pp. 55-56)