Palabras de espiritualidad

Respuesta a una familia que pregunta cómo fue la Resurrección del Señor

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Queridos hijos, ahora que sabemos que el Señor resucitó, ocupémonos en responder otra pregunta esencial: ¿qué estamos haciendo para merecer la salvación? ¿Para que nos resucite también a nosotros?

«¿Es que no basta con saber que Cristo resucitó? ¿De qué le sirve a alguien atormentarse preguntándose: “¿Cómo resucitó?”? Sin embargo, en su caso esa pregunta proviene, creo, del amor y el entusiasmo, y no de la duda. En consecuencia, ya siento afecto por la pregunta que me plantean, queridos hijos.

¿Cómo resucitó? Tal como el sol sale en Asia de una vez, y el día toma el lugar de la noche. Tal como, cuando accionamos el interruptor que hay en la pared, inmediatamente todo el lugar se llena de luz. Así fue la Resurrección de nuestro Señor, cuando volvió de la muerte a la vida. En silencio y en cosa de un instante.

Puede que me vuelvan a preguntar con curiosidad: “Pero… ¿cómo?”. Creo que del mismo modo en que la luz apareció cuando la creación del mundo, disipando la oscuridad que inundaba todo. Algunos, un poco más lentos para pensar, dicen: “¿Qué clase de fábrica pudo ser capaz de crear la luz para todo el mundo? ¿Y cuántos millones de caballos de fuerza o elefantes de fuerza serían necesarios para poner en movimiento semejante maquinaria?”. ¡Ni fábricas, ni maquinarias! ¡Ni ninguna forma de fuerza, ni millones de años! En general, ni siquiera un trabajo extenuante, sino solamente una palabra poderosa… y la luz apareció y llenó al mundo entero. Y dijo Dios: “¡Que se haga la luz!” y se hizo la luz. No hizo falta una palabra audible, sino que solamente fue pensada, porque el pensamiento de Dios y la palabra de Dios son la misma cosa. Y Dios pensó: “¡Que se haga la luz!”, y la luz se hizo. Luego, en silencio y en un instante.

Lo mismo sucedió con la Resurrección de Cristo. Así fue como se nos mostró esa luz, que hizo resplandecer para los hombres la luz divina. Tal como la luz cósmica universal reveló a todos los ojos este mundo físico, también la luz de la Resurrección del Señor les reveló a los hombrs con juicio el otro mundo, espiritual, la morada de las almas inmortales. Así, esta luz no es para nada inferior a la primera. Tanto la una como la otra se mostraron en silencio y en un instante, según la voluntad todopoderosa del Creador, según Su sapientísimo plan, según Su inefable misericordia y amor.

Todos sabemos que los individuos más dotados hacen cosas grandes y geniales con una facilidad y una destreza asombrosas. Entonces, ¡el Dador de todos los dones, el Creador de todos los genios, seguramente las hace de un modo aún más admirable! ¿O se nos olvida con cuánta facilidad y rapidez el Señor resucitó a la hija de Jairo y al hijo de la viuda de Naín? ¿Y a Lázaro en Betania? Dijo una palabra… ¡y listo! Porque con Dios tiene poder todo lo que dice, incluso lo que piensa. Así fue como Cristo se resucitó a Sí Mismo. Incluso con mayor rapidez. Y sin palabras.

Entonces, queridos hijos, ahora que sabemos que el Señor resucitó, ocupémonos en responder otra pregunta esencial: ¿qué estamos haciendo para merecer la salvación? ¿Para que nos resucite también a nosotros? Porque Él se resucitó a Sí Mismo por cada uno de nosotros, para darnos la certeza de que también nosotros resucitaremos por Él y que seremos semejantes a Él en la gloria y la belleza eternas. Así, oremos al Señor Resucitado, entonando para Él el cántico matutino: “¡Los ángeles glorifican en los Cielos Tu Resurrección, oh Cristo Redentor! ¡Concédenos también a nosotros, aquí en la tierra, glorificarte con un corazón puro!”».

(Traducido de: Episcopul Nicolae VelimiroviciRăspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, vol. 1, Editura Sophia, București, 2002,  pp. 139-141)

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