Salir al encuentro de nuestro Señor
Todo el Evangelio es una especie de comunión, es como si nuestro Señor Jesucristo saliera a nuestro encuentro y como si nosotros corriéramos a encontrarlo.
La soledad es una realidad para quienes se sienten solos. No obstante, hay otra soledad, una que no es negativa, cuando te apartas para realizar algo extraordinario, para poder ensimismarte y conocerte a ti mismo. En todo caso, la soledad voluntaria es diferente a la soledad no buscada. Quien experimente esta segunda forma de soledad debe procurarse una meta, una realización, algo que bien puede ser de carácter espiritual, si el individuo tiene alguna formación en ese sentido, o una realización social, por medio del prójimo, o con la participación de aquel quien pudiera llevarle a esa plenitud.
Para cada uno de nosotros, el encuentro con nuestro Señor Jesucristo puede tener lugar en cualquiera de nuestros momentos de oración. El encuentro con nuestro Señor Jesucristo puede ocurrir en cualquier lectura del Evangelio. El encuentro con nuestro Señor Jesucristo puede suceder cada vez que le hacemos el bien a nuestro hermano. El encuentro con nuestro Señor Jesucristo podrá ocurrir, ciertamente, cuando partamos de esta vida y se decida el lugar que nosotros mismos nos habremos preparado para la eternidad. En el Paterikón encontramos lo siguiente: “Ahí donde te encuentre la muerte, ahí irás”. Si llevamos una vida buena y virtuosa, y la muerte nos sorprende haciendo el bien, a ese bien partiremos.
Nuestro Señor Jesucristo no nos dio primero el Pan, sino otros de Sus misterios. Nuestro Señor Jesucristo les dio primero a los hombres Su doctrina. No dijo: “Hermanos, si quieren salvarse, les diré cómo hacerlo: comulguen con Mi Cuerpo y Mi Sangre. Así es como podrán salvarse”. ¡No, no lo hizo así! Primero les enseñó a ser buenos, a perdonar, a creer, a hacerse humildes, a ser generosos. Dicho en otras palabras, todo el Evangelio es una especie de comunión, es como si nuestro Señor Jesucristo saliera a nuestro encuentro y como si nosotros corriéramos a encontrarlo.
Muchas veces, nosotros creemos que somos culpables ante Dios porque no llegamos a tener alegría en nuestra conciencia, ese sentimiento de la presencia de nuestro Señor Jesucristo. No sé si es así, porque el merecimiento no es algo que nosotros mismos nos otorguemos, sino Dios. No debemos esperar de nosotros mismos cosas que ni Dios nos pide.
(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Veniți de luați bucurie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2001, pp. 77-78)