Palabras de espiritualidad

San Gregorio el Decapolita y la defensa de los íconos

    • Foto: Silviu Cluci

      Foto: Silviu Cluci

La honra que presentamos al Hijo se alza también a las otras Personas de la Santísima Trinidad, y la honra que le damos a los íconos se eleva al Señor Mismo y a los santos retratados en ellos.

San Gregorio el Decapolita fue elegido por Dios para que diera testimonio de Cristo y de la fe correcta ya desde el vientre materno. Desde la edad más frágil su corazón se vio conmovido por las cosas celestiales y su alma no hallaba descanso en la agitación de las cosas del mundo. Por eso, años después renunció al camino del matrimonio, para comprometerse con Cristo y vivir para siempre con Él.

Entrando a la vida monástica, San Gregorio anhelaba dos cosas, sin las cuales ningún cristiano podría salvarse. Primero, buscaba desvestirse de todo mal pensamiento y deificarse con la oración, el ayuno y las vigilias, la lectura de la Biblia y la práctica de la humildad y del amor. Luego, quería dar testimonio de los dogmas de la fe correcta y defender a la Ortodoxia de toda clase de herejías que golpeaban en esos tiempos a la Iglesia de Cristo. Ayudado por el don del Espíritu Santo, en poco tiempo venció a todas las tentaciones de la juventud y las trampas del maligno. Posteriormente, el Santo Evangelio y las enseñanzas de los divinos Padres vinieron a fortalecer su fe y a prepararlo como a un buen soldado de Cristo, para que entrara en la lucha espiritual en contra de los blasfemos iconoclastas, que entonces destruían las santas reliquias y los santos íconos, tildándolos de formas de idolatría.

Con tanto ardor se opuso a los iconoclastas, que fue de ciudad en ciudad, de monasterio en monasterio, de Constantinopla al Asia Menor y de Decápolis a Tesalónica; después estuvo en Roma y Sicilia, para volver nuevamente a Tesalónica. En todos esos lugares defendió el culto ortodoxo a los santos íconos, enseñando, animando, reprendiendo y a veces soportando persecuciones, golpes y hasta amenazas de muerte por su defensa de los íconos. No obstante, el buen soldado de Cristo no le temía a los que matan el cuerpo, ni esuchaba las ofensas de los herejes, sino que a todos enseñaba que “la honra que ofrecemos a los santos íconos llega a la imagen original”, de acuerdo a las enseñanzas de San Basilio el Grande. Es decir, honrando y venerando los íconos, honramos y veneramos al Señor y a los Santos Padres retratados en ellos. También enseñaba que quien hizo el primer ícono fue el Padre Mismo, de Quien el Hijo fue nacido “antes de todos los siglos”, porque el Hijo de Dios es el ícono del Padre. Enseñaba, además, que también el hombre creado por Dios es imagen, es decir, ícono de la Santísima Trinidad, de acuerdo a aquellas palabras bíblicas: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. La honra que presentamos al Hijo se alza también a las otras Personas de la Santísima Trinidad, y la honra que le damos a los íconos se eleva al Señor Mismo y a los santos retratados en ellos.

(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, p. 50)