“¡San Nectario, devuélvenos a nuestro hermanito...!”
“Intentaba orar, pero no podía, porque me sentía muy agitada y no podía sino seguir llorando amargamente...”
«Hace un par de meses me encontraba con mis hijos en un supermercado de Târgovişte (Rumanía). Una empleada, amablemente, nos ofreció una degustación de aceitunas. Cada uno de nosotros tomó una... y se produjo el accidente. Mi hijo Nectario empezó a atragantarse con una semilla, a tal punto que su rostro adquirió un tono azulado. No podía respirar y me señalaba desesperadamente algo que tenía en la garganta.
Dejando todo a un lado, incluso la carretilla con lo que iba a comprar y mi propio bolso, corrí a donde estaba mi esposo y salimos apresuradamente con los niños. Nos subimos al auto y mi marido empezó una desesperada carrera hacia el hospital más cercano, pasándose todos los semáforos en rojo. Cuando llegamos a la sala de urgencias y le explicamos al médico de turno lo que ocurría, este nos hizo un gesto de desolación, dándonos a entender que ya no había nada que hacer por mi hijo. Llena de un profundo y real sentimiento de culpabilidad, salí al estacionamiento y me dejé caer de rodillas junto al auto. Empecé a llorar con mucho dolor, pidiéndole perdón a mi pequeño hijo por ese descuido. Mi esposo seguía adentro, en la sala de urgencias, mientras mis otros cuatro hijos salieron a acompañarme, muy afectados. Intentaba orar, pero no podía, porque me sentía muy agitada y no podía sino seguir llorando amargamente.
En ese instante, mi hija María, que entonces tenía siete años y medio, tomó a sus hermanitos de la mano y se arrodilló frente a la puerta del hospital. Los demás se arrodillaron también y comenzaron a llamar a San Nectario: “¡Santo, San Nectario, devuélvenos a nuestro hermanito, te lo pedimos con toda el alma!”, y lloraban a lágrima viva. Aunque estaban desconsolados, oraban con toda la fuerza de sus almitas. Yo los veía desde la distancia, inmóvil, impotente. Lo único que recuerdo es que se juntaron varias enfermeras en la entrada del hospital, observando acongojadas a los cuatro pequeñitos orar y llorar por su hermanito.
Dentro, el médico decidió hacerle una última revisión a mi hijo, para lo cual llamó también a un otorrinolaringólogo... ¡y la semilla ya no estaba allí! ¡Simplemente, había desaparecido! En ese lapso, mi hijo podría haber muerto mil veces... pero nada. Los médicos quisieron saber qué había pasado con la semilla y, ante la insistencia de mi esposo, le hicieron unas radiografías al pequeño, pero no encontraron ni rastro de algún cuerpo extraño. San Nectario había disuelto aquella semilla con su amor.»
(Traducido de: Sfântul Nectarie - minuni în România, ediție îngrijită de Ciprian Voicilă, Editura Egumenița, 2010, pp. 48-49)