Palabras de espiritualidad

Sanar antes el alma que el cuerpo

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Cuando nuestro cuerpo está enfermo, hacemos todo lo posible por librarnos del sufrimiento. Pero cuando la que padece es nuestra alma, postergamos cuidar de ella. Por eso es que tampoco nos libramos de las enfermedades físicas, porque para nosotros lo necesario carece de importancia, en tanto que a lo insignificante lo creemos necesario.

Cuando nuestro cuerpo está enfermo, hacemos todo lo posible por librarnos del sufrimiento. Pero cuando la que padece es nuestra alma, postergamos cuidar de ella. Por eso es que tampoco nos libramos de las enfermedades físicas, porque para nosotros lo necesario carece de importancia, en tanto que a lo insignificante lo creemos necesario.

Ignoramos nuestro “manantial” de pecados y nos preocupamos solamente de taponar los ríos de la enfermedad. Porque la causa de las dolencias físicas es el pecado anidado en el alma. Esto nos lo demostró el paralítico de aquel pasaje evangélico (Juan 5, 2-15) y el enfermo que fue bajado por el techo (Lucas 5, 18-25), pero, ante todo, Caín (Génesis 4, 8).

Sequemos, entonces, el torrente de nuestros pecados y sólo así detendremos los riachuelos de las enfermedades físicas. Y no estaremos terminando solamente con nuestras enfermedades, sino también con el pecado, y aún este en mayor medida que las enfermedades, porque el alma es más importante que el cuerpo.

Acudamos a Cristo lo antes posible, pidiéndole que sane nuestra débil alma; y, dejando a un lado todo lo que es del cuerpo, hablémosle solamente de lo que es espiritual. Y si queremos necesariamente las cosas del cuerpo, dediquémonos a ellas, sí, pero sólo después de cuidar las del alma. No despreciemos el pecado simplemente porque no nos duele cuando pecamos; al contrario, justamente por eso debemos suspirar más hondamente, por no sentir dolor al pecar. Y si no nos duele no es porque el pecado no nos afecte, sino porque el alma, estando llena de ellos, ya no siente su mordedura.

(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Omilii la Matei, traducere de Pr. D. Fecioru, în „Părinți și Scriitori Bisericești”, vol. 23, Editura Institutului Biblic și de Misiune al Bisericii Ortodoxe Române, București, 1994, pp.169-170)