Palabras de espiritualidad

¡Señor Jesucristo, apiádate de nosotros!

  • Foto: Stefan Cojocariu

    Foto: Stefan Cojocariu

Tal como, en el plano meramente humano, cuando amamos a alguien conservamos con gusto su nombre en nuestro corazón y no nos cansamos de repetirlo, de la misma forma, pero en una medida incomparablemente mayor, sucede con el Nombre del Señor.

Es importante resaltar que la “Oración de Jesús” no funciona de forma automática y que no se trata de una fórmula mágica. Si no nos esforzamos en cumplir con los mandamientos de Dios, en vano invocamos Su Nombre. Él mismo nos lo dice. «Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor! ¡Señor!, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre hemos arrojado a los demonios y hecho muchos milagros en tu nombre? Entonces yo les diré: "Nunca os conocí. Apartaos de mí, agentes de injusticias”». Es esencial asemejarnos a Moisés —quien se mostró firme y paciente en las aflicciones, como si estuviera viendo a Aquel a Quien no se puede ver—, y llamarlo con la conciencia del vínculo ontológico que une al nombre con Aquel que es invocado, con la Persona de Cristo. Nuestro amor por Él crecerá y se hará perfecto, en la medida en que se desarrolle y se profundice en nosotros el conocimiento del Dios amado. Tal como, en el plano meramente humano, cuando amamos a alguien conservamos con gusto su nombre en nuestro corazón y no nos cansamos de repetirlo, de la misma forma, pero en una medida incomparablemente mayor, sucede con el Nombre del Señor.

Desde el momento en que la persona que amamos se abre progresivamente a nosotros, con todos sus dones, empezamos a amarla cada vez más y con alegría encontramos en ella, siempre, nuevas y mejores cualidades. Lo mismo ocurre con el Nombre de Cristo. Con una devoción creciente, descubrimos en este Nombre nuevos misterios de la voluntad de Dios, e incluso nosotros mismos nos hacemos portadores de la realidad que este Nombre encierra. Gracias a este conocimiento vivo, alcanzado por medio de la experiencia de nuestra vida, entramos en comunión con la eternidad: “Y la vida eterna es que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y al que Tú has enviado, Jesucristo”.

¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros y de Tu mundo!

(Traducido de: Arhimandritului Sofronie, Sa vie est la mienne, Éditions du Cerf, 1981)