Ser como riscos ante las olas de la vida
Afrontemos todo, tanto lo bueno como lo malo, con una sonrisa espiritual. Y, ante lo que nos traiga dolor y pesadumbre, mostremos la fuerza de un risco ante las olas de la vida.
La vida presente es una lucha permanente en contra del mal y de las múltiples formas que este adquiere, en pecados y pasiones, sufrimientos y pruebas, enfermedades y dolores. Hay algunos que beben de la copa amarga de las aflicciones, ya desde muy pequeños, momentos y situaciones graves o muy serias, cuando ni siquiera tendrían que haber sabido que cosas semejantes existían. Otros se encuentran con esa copa cuando ya son mayores. No obstante, todos sabemos que el sufrimiento es parte de la vida del hombre caído (del Paraíso).
La historia de la humanidad y del ser humano, en particular, es —desde semejante perspectiva— una historia del sufrimiento y de la lucha en contra de este. Un pensador contemporáneo decía que hay tanto dolor en el mundo, que todos los libros que se escriben tendrían que tratar sobre este tema, especialmente sobre la forma en que debemos enfrentarlo y superarlo, con dignidad y nobleza espiritual, buscando consuelo y alivio. Todos los libros tendrían que versar sobre la forma en que podemos transformar hasta los más duros y prolongados sufrimientos en motivos de retribución y caminos a la salvación, tal como nos lo enseña nuestra fe ortodoxa. No obstante, igual de cierto es que “las almas nobles y los caracteres más elevados soportan todo en silencio”, y que el valor de una persona se demuestra con la cantidad de sufrimiento que puede soportar, no con rechazo, sino con humildad y mansedumbre, en bondad y con agradecimiento.
La fe cristiana nos enseña que el sufrimiento no es solamente un castigo por nuestras acciones o una retribución por los pecados que hemos cometido voluntaria o involuntariamente a lo largo de esta vida pasajera, sino una prueba del amor infinito de Dios por cada uno de nosotros. Porque Él, como un Padre amoroso, intenta, hasta en los últimos instantes de nuestra existencia, hacernos volver a la legítima forma de vida, que es virtuosa y salvadora. Pero, algunas veces, cuando no desciframos Su llamado por medio de las palabras bellas y buenas con las que nos bendice la vida, nos veremos necesitados a hacerlo entre lágrimas de sufrimiento y en el lecho del dolor físico. O, como decía San Juan Crisóstomo, el cuerpo sufre para que el alma entienda.
Uno de los santos con una palabra contundente y llena de fuerza es San Porfirio de Kafsokalivia (1906-1991), de la Grecia contemporánea. Ya que se trata de un santo de nuestros días, sus exhortaciones y recomendaciones siguen teniendo la misma actualidad y eficacia. Sus palabras, inspiradas por Dios y recibidas con sensibilidad para ser puestas en práctica, pueden traer al mundo y al hombre contemporáneo luz a su vida, así como paz y serenidad al alma.
Refiriéndose a las pruebas de la vida presente, San Porfirio dice que “Dios no castiga, sino que el hombre se auto-castiga cuando se aleja de Dios” [1]. De acuerdo a sus palabras, la raíz de todas las enfermedades se halla en los pecados y en la congoja o tristeza que estos producen en nuestra alma, algunas veces sin que entendamos su origen.
A la pregunta: “¿Por qué nos enfermamos?”, él responde: “Porque nos atribulamos. ¿Y por qué nos atribulamos? Porque pecamos. Si dejamos que Cristo viva en nuestra alma, desaparecerán el pecado, la tristeza y la enfermedad, y no necesitaremos más los medicamentos” [2].
Habiendo servido durante treinta y tres años a sus semejantes que sufrían el dolor de la enfermedad, en la capilla del Hospital del centro de Atenas, el padre Porfirio desarrolló una especial consideración hacia el personal médico de aquel centro de salud. Para él, los médicos y sus auxiliares eran “ángeles con batas blancas”, y las monjas que venían al hospital para alentar a los pacientes, “hermanas del amor” o “hermanas de la misericordia”. Por este motivo, decía que, “cuando nos enfermamos, para no equivocarnos, debemos atender las recomendaciones de los médicos y también las de la razón. Pero, ante todo, debemos seguir la voluntad de Dios y confiar en Su amor” [3].
Aunque nos enfermemos, dice el Venerable Padre, “esas dolencias son medios utilizados por los diferentes e incontables propósitos del amor de Dios” [4], y el dolor que sentimos en la enfermedad “es una fuerza espiritual que Dios puso en nuestro interior, con el objetivo de obrar el bien: el amor, la alegría y la oración” [5].
La enfermedad es una especial disposición de Dios, Quien nos llama a penetrar en el misterio de Su amor y, por medio de la Gracia, cambiar nuestra forma de vida [6]. O, como decía el anciano, “las enfermedades nos llevan al puerto del bien cuando las soportamos sin quejarnos, pidiéndole a Dios que perdone nuestros pecados y alabando Su Nombre” [7].
En lo que respecta al comportamiento que debemos tener cuando el sufrimiento venga y se quede con nosotros, San Porfirio nos recomienda recurrir tanto a la medicina como al amor y la misericordia de Dios. Además de respetar las prescripciones de los facultativos, debemos pedirle a Dios que perdone nuestras faltas. De esta forma, Dios sanará primero la raíz, la enfermedad del alma, y después las ramas, es decir, los dolores del cuerpo [8].
Luego, cuando nos veamos sometidos por el dolor y la enfermedad, “el problema no es dejar de tomar medicamentos o correr a orar a San Nectario. Debemos conocer también el otro secreto: luchar para alcanzar la Gracia de Dios. Este es el secreto” [9]. O, como decía el Santo Padre: “Por eso es que yo no oro pidiéndole a Dios que me sane. Yo oro, pidiéndole que me haga bueno” [10].
En tiempos de prueba y tribulación, San Porfirio nos enseña a enferntar todo con paciencia y esperanza en el auxilio y la retribución de Dios. Afrontemos todo, tanto lo bueno como lo malo, con una sonrisa espiritual. Y, ante lo que nos traiga dolor y pesadumbre, mostremos la fuerza de un risco ante las olas de la vida: “Enfrentemos todo con amor, con bondad, con paciencia y con humildad. ¡Seamos como riscos! Que todo se desintegre ante nosotros y se marche de vuelta como las olas, mientras nosotros salimos indemnes. Puede que alguien pregunte si esto es posible. Sí, todo es posible con la Gracia de Dios. Si juzgamos las cosas humanamente, es imposible. En vez de afectarnos negativamente, todo puede sernos de utilidad, fortaleciendo nuestra fe y nuestra paciencia. Porque, para nosotros todas las adversidades del medio y lo que hay a nuestro alrededor son como ejercicios de entrenamiento. Entrenémonos, pues, en la paciencia y el tesón” [11].
Descubriendo y descifrando, en todos los sucesos de nuestra vida, sean buenos y agradables o tristes y dolorosos, su sentido más profundo, tanto los unos como los otros se alzarán ante nosotros cual peldaños del edificio de nuestro crecimiento espiritual, convirtiéndose en vías para acercarnos a Dios y obtener la salud física y espiritual, en pos de la felicidad plena, es decir, la salvación.
[1] Părintele Porfirie, Antologie de sfaturi și îndrumări [Padre Porfirio. Antología de guías y consejos], traducere din limba greacă de Prof. Drd. Sorina Munteanu, Editorial Bunavestire, Bacău, f.a., p. 45
[2] Ibidem, p. 68
[3] Ibidem, p. 69
[4] Ibidem, p. 66
[5] Ne vorbește părintele Porfirie [Nos habla el padre Porfirio], traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Biserica Ortodoxă, Editorial Bunavestire, Galați, 2003, p. 296
[6] Ibidem
[7] Părintele Porfirie, Antologie de sfaturi și îndrumări…, p. 88
[8] Ibidem, p. 87-88
[9] Ne vorbește părintele Porfirie…, pp. 372-373
[10] Ibidem, p. 368
[11] Ibidem, p. 243.