El recuerdo constante de la muerte nos ofrece la experiencia de la liberación de las pasiones, pero aún no la que es positiva, que se revela como el poder perfecto del amor de Dios; pero tampoco con un carácter plenamente negativo, como si fuera algo contrario al amor. Es algo que desbarata la acción de las pasiones, y con esto da lugar a cambios radicales en nuestra vida entera y en la forma en que entendemos todas las cosas.

El mismo hecho de que esto nos permite vivir la muerte como el final de la criatura completa, fortalece la revelación que se nos ha dado, que el hombre es la imagen de Dios y, como tal, puede abarcar en sí mismo a Dios y al cosmos creado. Y esto es, al mismo tiempo, el comienzo de la concretización en nosotros del principio hipostático. La experiencia de la cual hablamos nos prepara el espíritu para un entendimiento más real de la revelación cristiana y la teología, cuyo fundamento es la experiencia de otro ser.

(Traducido de: Arhimandritul Sofronie, Vom vedea pe Dumnezeu precum este, București, Editura Sophia, 2005, pp. 18-19)